La LUC y lo que no le dije a G
rochatotal//
Por Hoenir Sarthou
– ¿Cómo? ¿No vas a firmar contra la LUC? – preguntó mi antigua y muy frenteamplista amiga, G, bajándose el tapabocas con ojos de asombro.
-No, no voy a firmar, – contesté, temiendo ya que eso me exigiera una larga e inútil argumentación que no le produciría a ella el menor convencimiento.
– ¿Cómo es eso? -insistió G, con gesto que ya mezclaba la sorpresa con el reproche.
– ¿Querés la versión breve? –pregunté, casi decidido a que fuera la única que daría.
-La que sea, pero explícame- insistió.
-Bueno – dije-. Acá va: no voy a firmar porque no quiero la bancarización obligatoria.
Me miró con más asombro todavía, y murmuró:
– ¿Cómo la bancarización obligatoria?
-Sí, entre los 135 artículos que se quiere derogar están los que dejaron casi sin efecto a la bancarización obligatoria.
Le vi en la cara que no lo sabía, o que no le había dado importancia. Sus ojos giraron en el aire, asimilando la sorpresa y buscando un argumento. Finalmente, dijo:
-Pero están los Consejos de Enseñanza, y el gatillo fácil…
-Sí, ya sé –contesté-. Hay varias cosas que no me gustan en la LUC. Pero lo de los bancos es cuestión de principio. Con mi voto, no les van a dar de nuevo el control de todo el dinero y de todo lo que hacemos.
-Bueno, -insistió G, ya repuesta- No seas tan fundamentalista.
-No puedo, G. ¿Te parece que el sistema financiero no tiene ya suficiente poder? Y con la pandemia van a tener más.
– ¿No me digas que también sos conspiranoico? –se rió G.
Sonreí, dije que estaba apurado (lo que era cierto), me despedí de G y dejé la conversación por ahí. ¿Para qué seguirla? Sé lo que venía. Aunque hubiese hecho yo el más inspirado alegato contra los bancos, contra la globalización y contra las medidas pandémicas, a G no le habría hecho mella. Porque se considera politizada desde hace muchos años y –como mucha gente- entiende a la política como una lucha de partidos. En su mapa mental, sólo existen la izquierda frenteamplista y la derecha multicolor.
Mientras caminaba por la Ciudad Vieja, después de despedirme de G, recordé a la adolescente de 1971, abanderada de la reforma agraria y de la nacionalización de la banca. Cincuenta años después, defiende con la misma pasión que se hayan vendido miles de hectáreas a compañías multinacionales, que se haya endeudado al País con el sistema financiero y se nos haya entregado a los bancos atados de pies y manos. Cosas raras que tiene la vida.
Hay mucho más que no le dije a G. Pero lo seguí pensando toda esa tarde. En particular una duda me martillaba la cabeza: ¿por qué la cúpula del PIT CNT y la dirección del FA no excluyeron a los artículos sobre bancarización de la propuesta de referéndum? ¿Por qué tampoco lo hicieron quienes van contra toda la LUC? ¿Por qué insistir en un régimen que les permite a los bancos ganar millones a costillas de ahorristas obligados y que además les otorga el control de todo el dinero y la información de todos nuestros actos? ¿Por qué equiparar ese tema con otras causas legítimas, como las libertades y garantías individuales, o la participación de los docentes en la enseñanza, o la defensa de los intereses de las empresas públicas?
El sistema financiero no es un asunto más. Es el corazón del modelo económico y de control que se está imponiendo en el mundo. Unas pocas empresas –de pocas familias inmensamente ricas- son su centro. De ellas dependen la estabilidad política, el valor de las monedas, la producción, el trabajo, la salud, la educación y hasta las libertades de quienes habitamos el mundo. ¿Por qué aumentar sus ganancias y su control sobre nuestras vidas?
La bancarización no es obligatoria en ningún otro país del mundo. Por eso el actual gobierno pudo moderarla y rescatar el derecho a cobrar o pagar en efectivo. ¿Por qué volver atrás en esa decisión, que reduce las ganancias y el control del sistema financiero?
Esa es la pregunta que me hice una y otra vez esa tarde, y que no dejo de hacerme cada día.
Al preguntármelo, no me siento frenteamplista, ni multicolor, ni de ninguna otra expresión o minoría política. Me lo pregunto como uruguayo. Como lo haría cualquiera que pretendiera una explicación racional y sensata sobre actitudes que pueden ser determinantes de la clase de país que tendremos nosotros y nuestros hijos.
Hay, sí, una mirada desde la que hago esa pregunta. La de quien percibe que hay un nuevo parteaguas en la política mundial y en la nacional. Por encima de partidos -de hecho, en casi todos los partidos- hay quienes aceptan o se resignan a la influencia de los intereses transnacionales, y quienes aspiran a defender la soberanía y la libertad política de sus sociedades.
Quizá algunos crean que esa división no es tan tajante o tan importante como lo planteo. Pero lo es. Me atrevo a decir que no hay en estos momentos un asunto más delicado y determinante que la postura que se asuma en ese tema. Y se manifiesta, de una u otra manera, en la casi totalidad de los asuntos que nuestra sociedad debe decidir, desde la bancarización, y la actitud ante las inversiones extranjeras, hasta la enseñanza.
Hay otro aspecto en este tema. ¿En qué medida el referéndum sobre la LUC pone en segundo plano al fenómeno más grave de nuestra historia, para la economía, el trabajo, las libertades públicas, la salud, la educación y nuestra soberanía? Sí, claro, hablo de la declaración de pandemia y sus efectos terribles para la sociedad uruguaya.
Sobre eso no hay una palabra en la LUC. Y de eso no se habla en relación con el referéndum.
Son miradas distintas.
Eso tampoco se lo dije a G. Tal vez por ser demasiado obvio.
Semanario Voces-Foto Universal