¿Hay lugar para una postguerra?
rochatotal//
Por Julio María Sanguinetti
La historia nos cuenta que las guerras normalmente resultan más largas de lo que inicialmente se pensó. Ocurrió con la dramática carnicería de 1914-1918, pasó con la de 1939 y su coda en Corea y ni hablar de la Guerra Fría, con sus guerrillas y cuartelazos. Tampoco se pensó que las dos guerras hoy en curso durarían lo que hoy se ve, sin un real horizonte a la vista.
El 7 de octubre de 2023, el cruel y sanguinario ataque de Hamas a la población civil de Israel provocó una legítima defensa que nadie podía cuestionar de buena fe, aun con sus dramáticas consecuencias. El objetivo señalado era terminar con Hamas, pero estaba implícito que si entregaba los rehenes la “legítima defensa” perdía legitimidad. Dueña de la paz, Hamas fue canjeando rehenes a cuentagotas, en negociaciones ominosas en que se cotizaban libertades personales a razón de un israelí por cada tres o cuatro palestinos. Aún retiene rehenes y, de ese modo, al impedir la paz, ha infligido un fuerte daño moral a un Israel al que le vale y mucho ese valor como razón de su propia existencia. Es debilitar la “simpatía moral” de que hablaba Hume como expresión de una cierta inclinación a juzgar mejor aquella conducta de quien vemos favorablemente.
Desgraciadamente, la reacción internacional, especialmente juvenil, tanto en EE. UU. como en Europa, fue generando una ola contra Israel como no se recuerda. Las primeras semanas luego del ataque, Israel aparecía nuevamente como víctima, esa condición que hacía tiempo había perdido cuando el “pequeño David”, atacado en ocasiones por cinco ejércitos de cinco países, se había transformado en un nuevo Goliath capaz de vencer a quien fuera. Cuando las consecuencias de su legítima defensa comenzaron también a ser dramáticas y sangrientas, todo se invirtió.
Como lo ha explicado Daniele Giglioli en su Crítica de la Víctima, en nuestro mundo la víctima siempre tiene razón. Basta acreditar esa condición. El sentimiento se hace convicción. Los palestinos pasaron entonces a ser los buenos y este infundado y confuso sentimiento de justicia instaló a Israel en el banquillo.
¿Puede un gobierno democrático decirle a su pueblo que se repliega y abandona a sus ciudadanos tomados como rehenes? Está claro que no, y ese sigue siendo un capítulo esencial, la condición misma de la paz. Lo que nos lleva a cuestionar a quienes anuncian el reconocimiento de la independencia palestina sin condicionarla a la entrega de los rehenes. No están reconociendo un Estado, están convalidando la acción terrorista.
Desde el otro ángulo, también el gobierno israelí conducido por el señor Netanyahu nos ha dejado en difícil posición a los viejos militantes de la causa, al desconocer abiertamente la tesis de los dos Estados y no ofrecer otro camino para ese pueblo palestino. Asumirse como una aislada Esparta no es un proyecto. De ese modo, también se hace la paz imposible y la guerra permanente. Esa gente, hace medio siglo, cuando era parte de Egipto, ni idea poseía de una identidad nacional. Ésta se fue generando en la difícil convivencia, en el choque con el otro y la progresiva captación que fue haciendo el extremismo. En nuestro país, “palestino” era sinónimo de judío. Así se llamaba el viejo banco y un tradicional almacén. Pero esa historia también fue cambiando y muy especialmente por responsabilidad de los países árabes que en 1947 rechazaron la creación de los dos Estados, de la que nació Israel y debió nacer el Estado árabe.
Es más, en 2005 Israel abandonó Gaza con la idea, ampliamente difundida, de que con inversiones de los ricos países árabes petroleros, se iba a transformar en una meca turística y financiera. Desgraciadamente, los mismos que debían apoyar lo hicieron con armamento o dinero para esa increíble, casi inverosímil red de túneles con la que han logrado mantener sus presas.
El hecho es que hoy la víctima tiene razón y una juventud sin grandes causas se inventa la de Palestina, donde ninguno de los manifestantes podría vivir un mes. En especial las mujeres, subordinadas como están bajo la religión musulmana. Cuesta imaginar que se considere progresista sostener al régimen más reaccionario de lo que hoy muestra el mundo. Es verdad que ya ni a Cuba se les puede recordar… entonces adelante con el fanatismo dogmático…
Gobiernos como el español han sido particularmente funcionales a la causa terrorista. Han proclamado el reconocimiento del Estado palestino sin condicionarlo a la entrega de los rehenes. Le reclaman a Israel que se detenga en su acción militar, pero no lo hacen con el mismo énfasis hacia la organización terrorista. El oportunista presidente Sánchez llega al colmo de expresar su admiración por manifestantes que, con violencia, frustran grotescamente la etapa final de la Vuelta Ciclista de España, que muchos en el mundo seguíamos mañana a mañana para reencontrarnos con los maravillosos paisajes y la enriquecedora historia de España, más que por los corredores. Continúan con la historia de un genocidio que bien se sabe que no lo es, como tampoco lo fue el de España con nuestros indígenas: cuando no hay voluntad de exterminio habrá cualquier cosa, pero no genocidio. Y, en este caso, esa voluntad, escrita, ratificada y proclamada, la exhibe Hamas contra el pueblo judío.
No son tiempos fáciles. Lo que fue blanco y negro se ha ido matizando. Lo que estaba claro el primer día, hoy tiene sus peros y lo reconocemos. Pero no podemos olvidar que todo comenzó con una agresión de Hamas, que Israel es una democracia y Gaza es terrorismo religioso de la peor matriz, que el pobre pueblo palestino es, ante todo, víctima de quienes lo malgobiernan, que los excesos del gobierno de Netanyahu no invalidan los derechos permanentes del Estado de Israel y que quienes de verdad quieren una posguerra deben asumir clara y rotundamente que la paz requiere desarmar al terrorismo y ajustar a los hipócritas que lo han financiado para comprar paz en su interior.
En todo caso, no olvidemos dónde está la raíz de nuestra civilización.