Etapas
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Por Julio María Sanguinetti
Nuestra renuncia al Senado estaba anunciada desde antes de empezar. Con toda razón, algunos correligionarios me cuestionaron que lo dijera por anticipado en plena campaña, pero me parecía una obligada lealtad para con el electorado. Entendía que esa etapa legislativa estaba para mí cumplida y debía dar paso en este caso a Tabaré Viera, ex legislador, ex Presidente de Antel , dos veces Intendente de Rivera y dirigente batllista de fuerte inserción en la militancia partidaria de todo el país.
¿Por qué el Partido y no el Senado? Porque si de antemano ya pensaba lo que pensaba, con más razón desde que asumimos la Secretaría General del Partido y, con más razón aún, cuando se produce el retiro de quien fue nuestro candidato a la Presidencia.
Quisieron las circunstancias que nuestra renuncia al Parlamento se hiciera contemporánea con la de nuestro colega Mujica. Ello generó una singular curiosidad que, con buen criterio, la señora Vicepresidente de la República quiso solemnizar en una sesión conjunta, que pudiera ofrecer al país un mensaje de institucionalidad y madurez cívica. Así lo entendió la prensa nacional y ello generó hasta una muy bienvenida repercusión internacional, que mostró al sistema político uruguayo en su mejor expresión. Cuando ni en los EE.UU. pueden aparecer juntos el actual Presidente y su antecesor, cuando en Argentina y Brasil se da lo mismo, no deja de ser reconfortante el que así transcurra, entre nosotros, la vida política.
Nunca falta gente de mirada estrecha, de andar mezquino y, sobre todo, de ignorancia de lo que es la construcción republicana, que quiso ver en este episodio una escenificación y nada más. “Hoy se abrazan y mañana se pelean”, le oímos decir a más de uno, sin entender que esa es -justamente- la democracia, siempre debate, diferencia, apasionada confrontación, pero -a la vez- lugar de pausa para reflexionar al pie de las instituciones. En el caso, además, se trata de ciudadanos de larga militancia, que somos adversarios políticos pero antes fuimos enemigos en una guerra interna, en que uno -con las armas en la mano- luchaba por traer la revolución cubana a nuestro suelo y nosotros, desde el gobierno, sosteníamos con firmeza el brazo de la ley.
¿No es bueno, acaso, mostrar al país los gestos de reconciliación? ¿No es saludable que la ciudadanía advierta que dos ciudadanos que han estado tan ideológicamente distantes puedan convivir bajo las mismas instituciones? ¿No se trata de políticos a los que el voto llevó a nada menos que a la Presidencia de la República? Pensemos a la inversa: ¿no sería muy penoso que nos negáramos a una solemnidad como la vivida y difundiéramos el rencoroso mensaje de una enemistad sostenida medio siglo después?
Por supuesto, Mujica no ha renunciado a su relato y algunos cronistas suelen no recordar que su prisión fue dispuesta por la justicia civil en tiempos de la democracia y que su movimiento no luchó ni un día contra la dictadura. Nosotros, a nuestra vez, miramos hacia atrás y sentimos la tranquilidad de conciencia de que luchamos por defender la institucionalidad democrática y que si, al final, igualmente caímos, fue por la enorme responsabilidad de quienes sacaron a los militares de los cuarteles. Esa es la historia y allí está para ser entendida en toda su significación. ¿Ella debe seguir siendo un motivo de enconada lucha? ¿No es la hora de que, luego de 35 años de democracia, en que gobernaron los tres partidos, preservemos nuestras ideas pero no sigamos al pie del viejo enfrentamiento?
No faltan tampoco quienes nos recuerdan que siguen militando en el rencor quienes todavía reivindican ideas contrarias a nuestro sistema y hacen escarnio de las Fuerzas Armadas que, como institución del Estado, no tienen responsabilidad de lo que hicieron sus mandos hace medio siglo. Eso es verdad, pero peor sería que ellos nos contagiaran su intolerancia y mantuviéramos un enfrentamiento enconado. Quienes nunca hemos claudicado en nuestra convicción democrática, debemos ser fieles a nuestras ideas de libertad y tolerancia. Lo que no supone, por supuesto, abandonar el debate histórico, tratar de rectificar falsedades instauradas y -mucho menos- tolerar que en la educación se siga trasmitiendo una versión tergiversada del pasado.
Con lealtad digamos también que Mujica, con quienes hemos discrepado en el pasado y aun en el presente, no se enroló en las filas de la revancha y que, junto a su correligionario Eleuterio Fernández Huidobro, supieron mirar hacia adelante.
En lo personal, iniciamos otra etapa, desde el Partido, para contribuir a la siempre vigente identidad colorada y mantener viva una coalición política cuyo derrotero iniciamos en mayo del 2018, junto a los Dres. Lacalle Pou y Larrañaga. Somos depositarios de un ideario de republicanismo laico, humanismo filosófico y Estado democrático y solidario, en el que no cederemos un paso. Los nuevos liderazgos que lo representen en lo político ya irán apareciendo, para colmar la impaciencia de muchos correligionarios que ya querrían ver los candidatos del 2024. Hoy, la tarea es que esas ideas se expresen con sentido de actualidad en un mundo desconcertante por el avance tecnológico y a veces desconcertado por populismos, hijos del debilitamiento de los partidos y el auge invasor de las redes de comunicación.
Estamos ante un nuevo tiempo histórico y debemos interpretarlo para preservar la esencia de nuestros principios. Nada más ni nada menos.