Ojos bien cerrados

rochatotal//

Por Hoenir Sarthou

Hay dos cosas que quiero decir sobre Alfredo García.

La primera es que lo quiero entrañablemente desde hace como cuarenta años. Es un tipo sensible, solidario, humano, orgulloso, simpático, astuto, y muy -muy- divertido (creo ser exacto en los adjetivos; si me equivoco, que me corrijan Nora, Fernando, Jorge o Michel). Además, ¿qué sería de Voces sin él? ¿Y qué sería de mis menesterosos campamentos en los veranos de Santa Teresa, sin su humor y sus infinitas carpas, linternas, bidones, vodkas y sofisticados adminículos de acero sueco?

La otra cosa sobre Alfredo es que es miope. Bah, en rigor no sé si tiene miopía o astigmatismo. Lo cierto es que ve muy poco. Si no, no usaría esos lentes “culo de botella” y no se arrimaría tanto los papeles a la cara para leerlos. Pero su cortedad de vista no se limita a los ojos. Si no, no habría escrito el editorial que escribió hace dos semanas.

Para quienes no lo leyeron, el editorial califica como “covidelirantes” a quienes desconfiamos de la versión oficial (made in OMS) sobre la pandemia, y en especial a quienes sospechamos que detrás de la “nueva normalidad”, impuesta mediante el miedo, hay un proyecto económico, político y social de alcance global.

Sobre el artículo no hay mucho para debatir, porque no desarrolla ninguna tesis. Decir que quienes sostienen cierta idea son “delirantes” es decir nada. Apenas un argumento “ad hominem”, que ataca a las personas y no a sus ideas. La única respuesta sería exhibir un certificado de salud suscripto por psiquiatra, y exigirle uno a Alfredo. Aunque, pensándolo bien, tal vez a ninguno de los dos nos convenga correr el riesgo.

El asunto es que Alfredo no está solo en su miopía. La cúpula del Frente Amplio acaba de expresar formalmente su adhesión al discurso covichero global, reclamándole al gobierno medidas más severas, que incluyen mayor aislamiento y menor movilidad de las personas. Propone paliar la inevitable pérdida de trabajos que traerían esas medidas con una especie de renta básica que, obviamente, sólo podría financiarse con nuevos préstamos internacionales, que se sumarían a los que el gobierno ya contrajo. La coincidencia entre esas propuestas y las “recomendaciones” que la OMS y el FMI están haciéndoles a todos los gobiernos del mundo llama la atención.

En realidad, la cúpula frenteamplista, y buena parte de las “ izquierdas” del mundo, vienen presentando síntomas de una extraña miopía selectiva desde hace años. Sencillamente, dejaron de percibir la forma en que el poder económico se ha globalizado y opera sobre las realidades políticas de todos los países.

Así fue posible que, durante sus quince años de gobierno, el FA apostara y le abriera las puertas a una clase de inversión extranjera que sólo puede calificarse como “pirata”. Inversiones como las de Aratirí, la regasificadora, o las pasteras, que, paradójicamente, invierten muy poco de su bolsillo y obtienen del Estado préstamos, garantías, exoneraciones tributarias, puertos, zonas francas, obras de infraestructura, legislación especial, estabilidad jurídica, privilegiada disposición de recursos naturales y hasta garantías para sus ganancias.

Así, el Uruguay se llenó de eucaliptus, la tierra se extranjerizó, yendo a manos de transnacionales productoras de celulosa y de soja, todas nuestras aguas superficiales se contaminaron (no sabemos con exactitud qué ocurre con las napas subterráneas), y al mismo tiempo el Estado se endeudó más que nunca.

Así, se naturalizó la injerencia de los organismos internacionales, políticos y financieros, en nuestras políticas públicas, se implantaron la bancarización obligatoria y la privatizadora ley de riego. Y cosas menos visibles, como el nuevo modelo procesal penal, copiado de los EEUU y recomendado por la OEA para todos los países latinoamericanos, o la infinidad de préstamos contraídos con el BID y el Banco Mundial para implementar reformas de la administración pública y de los Poderes Legislativo y Judicial, con el declarado propósito (basta ver los documentos de los financiadores) de acondicionar al Estado para recibir inversión extranjera.

Esto es -o era- la globalización, al menos en los tiempos pre pandémicos. Es posible que ahora, en ancas de la pandemia, haya dado un salto cuántico (si yo supiera bien qué es un salto cuántico no estaría escribiendo en Voces). La cuestión es que ya no se trata de programitas del BID o del BM para remodelar a los organismos del Estado y comprar voluntades. Ahora, a través de la OMS, se decide el cierre o la apertura de nuestras economías, los grados de libertad de que podemos gozar, y hasta las interacciones humanas que podemos tener. Los Estados ya no piden prestado para financiar proyectos, sino para comer. Y el FMI, de la mano de la OMS, actúa como padrino de la boda, concediendo créditos a los gobiernos asfixiados a condición de que se sometan a las “recomendaciones pandémicas” sanitarias, económicas y políticas.

En política, hay dos cosas escasas: una son los amigos leales; la otra son las casualidades. ¿Cuántas son las posibilidades de que el 90% de los gobiernos del mundo decidieran al mismo tiempo indicar o imponer el encierro y el tapabocas a sus habitantes? ¿Y la de que todos los presidentes, el mismo día y casi a la misma hora, aparecieran hablando de una “nueva normalidad”? ¿Y la de que todos se comprometieran a comprar vacunas? ¿Es casualidad que los pocos gobernantes que se resistieron a esas medidas (Trump, López Obrador, Bolsonaro, el gobierno sueco) fueran bombardeados por campañas mediáticas internacionales que literalmente instigaban al desacato contra ellos?

Explicar los hechos políticos como casualidades, sobre todo cuando tienen una dimensión global, es de una ingenuidad rayana en la inocencia.

Todo el fenómeno de la globalización ha estado fuera del horizonte y del discurso del Frente Amplio y de buena parte de la “izquierda” mundial. Deslumbrada por el acceso al gobierno, jugada a la inversión extranjera, entretenida en “agendas de derechos”, comprometida con los organismos internacionales y con la red de ONGs que dependen de ellos y de las fundaciones financieras, trenzada en rencillas con decaídas fuerzas conservadoras locales, la “izquierda”, o en nuestro caso más bien la cúpula del Frente Amplio, ha sido funcional a la implantación de un nuevo modelo político, que traslada el poder de decisión desde los Estados hacia las corporaciones multinacionales. No puede sorprender, entonces, que tampoco perciba este nuevo salto, por el que el poder financiero y la industria farmacéutica, entre otros intereses globales, a través de la OMS y del FMI, están concentrando objetivamente el mayor poder y la mayor riqueza de la Historia.

El fenómeno de la globalización, en particular en esta imponderable etapa de “nueva normalidad”, quizá sea el suceso más importante que nos haya tocado vivir a todos, aunque sus alcances y consecuencias sean todavía imprevisibles.

Hay quien se niega a verlo como un fenómeno político, e insiste en tratarlo como un hecho meramente sanitario, que no requiere otro tratamiento que el tapabocas, la distancia social y una próxima vacuna.

Pero, en el mundo, son muy numerosas y crecientes las opiniones científicas y las voluntades sociales que discrepan con esa visión meramente sanitaria, aunque la prensa “grande” se niegue a darlo a conocer y algún periodista ingenuo (Alfredo y Voces no reciben financiación de ninguna fundación ni organismo internacional), mareado por su frenteamplismo y por el “círculo rojo” de Twitter, confunda con delirio al simple acto de pensar políticamente las cosas

Tengo claro a qué voy a dedicar alguna noche de este verano en Santa Teresa. ¿Ta, Alfredo?

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