Inmunizados por Hoenir Sarthou
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Por Hoenir Sarthou
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, amigos y cómplices literarios en, entre otras cosas, varios relatos policiales, aconsejaban evitar el uso de sinónimos.
El fundamento del consejo es que, como lo sabe todo amante del lenguaje, no existen sinónimos. Cada palabra tiene una carga, un tinte y unas connotaciones irrepetibles. Puede ser sustituida, hasta cierto punto, por otra, pero el efecto no será exactamente el mismo. No es lo mismo decir “fútbol” que “balompié”, ni “duro” que “rígido”, ni “soberbio” que “orgulloso”, ni “privado de libertad” que “en cana”.
Como afirmaba Bioy, cuando el autor cambia caprichosamente de palabra para referirse a una misma cosa, le genera al oyente o lector la sutil y perturbadora sensación de estar hablando de cosas distintas. En el mismo sentido, Horacio Quiroga aconsejaba a todo escritor que, cuando quisiera contar que “desde el río soplaba un viento frío”, escribiera exactamente “Desde el río soplaba un viento frío”.
Las palabras no son inocentes. Dicen lo que dicen, lo que acaso el diccionario afirma que quieren decir, pero además dicen otras cosas. El tiempo y el uso las van cargando con connotaciones, con significados adicionales, que no sólo reflejan lo que formalmente se quiere decir con ellas sino también significados que la realidad ha ido asociando con ellas, y que dependen también de quién, desde dónde y con qué intención las dice.
Es cierto que han existido artistas del sinónimo. Por ejemplo, nuestro máximo relator de fútbol, Carlos Solé, numen y maestro de varias generaciones de relatores, hizo del relato un espectáculo aparte, por la vía de usar giros poéticos para describir los trances del partido y para referirse a los jugadores. En su voz aguardentosa, giros como “esa pelota pedía red” (para un remate fallido), o “vuela y atrapa” (para una atajada en el aire), o “la araña rubia” (para referirse al golero peñarolense Mazurkiewicz), se hicieron célebres. Así como el no nombrar nunca dos veces a la pelota con el mismo nombre. A lo largo del partido, era “pelota”, “balón”, “esférico”, “útil”, etc., etc. Pero seamos claros: la gracia del asunto era la tácita complicidad entre el relator y el público. No era un pseudo sabihondo exhibiendo su sapiencia del idioma, sino alguien que jugaba a parodiar a esa clase de sabihondos, usando la ironía, la exageración y la metáfora. Por eso era arte. Por eso tenía pendientes de sus ocurrencias a miles de personas que no habían terminado la escuela.
Carlos Solé murió hace ya mucho tiempo. Y, desde entonces, el uso de sinónimos ha conocido otros destinos. Uno de los más penosos es el que le ha dado la corrección política.
La corrección política, en el lenguaje, consiste ante todo en no referirse a la realidad tal como ella es sino como al hablante políticamente correcto le gustaría que fuera. Es, en esencia, un uso eufemístico del lenguaje, que pretende despojar a la realidad de sus imperfecciones por el mecanismo de suprimirlas en el lenguaje.
Hay mucha diferencia entre llamar “negros” a las personas de raza negra y llamarlas “afrodescendientes”, así como entre llamar “menor infractor” a un menor de edad que ha delinquido y llamarlo “niño o adolescente en conflicto con la ley penal”, o entre llamar a una persona de sexo femenino “mujer” o “persona que menstrúa”. La diferencia estriba sobre todo en que, confirmando que los sinónimos no existen, esas expresiones eufemísticas no significan lo mismo que los términos a los que pretenden sustituir. No todos los africanos son de raza negra; cuando delinque, uno no está “en conflicto con la ley penal”, sino que la infringe; y la expresión “persona que menstrúa” no significa nada en términos de aludir a lo femenino, ya que excluye no sólo a las transexuales y a las niñas, sino también a las embarazadas, a muchas mujeres que tienen trastornos hormonales y a millones de mujeres que ya han cursado la menopausia.
El eufemismo es, en general, un mal uso del lenguaje caracterizado y determinado por la hipocresía. En el afán de negar u ocultar algún aspecto políticamente incorrecto de la realidad, se recurre a términos que supuestamente soslayan ese aspecto de la realidad. Normalmente no lo logran, ya sea porque el eufemismo no logra sustituir en el habla al término original, o porque termina tiñéndose con las mismas connotaciones negativas que se pretendía ocultar.
El tiempo nunca se detiene. Así es que, de ese uso hipócrita pero más bien inútil del lenguaje, hemos pasado al uso manipulador y directamente engañador. A mero título de ejemplo, cito a la “inclusión financiera”, que encubría en realidad a la bancarización obligatoria y compulsiva de todos los residentes en el Uruguay.
Sin embargo, es la actual pandemia la que ha marcado una nueva era en materia de uso eufemístico y manipulador del lenguaje.
Tal vez el mejor ejemplo sea una especie de mensaje o recomendación sanitaria del Ministerio de Salud Pública que se transmite cada pocos minutos por los medios de prensa.
“Actualmente convivimos en el Uruguay personas que han recibido las dos dosis de la vacuna, con personas que han recibido sólo una dosis y personas que están esperando aun recibir la primera dosis”, dice el mensaje. Obviamente, los miles de personas que no queremos recibir ninguna dosis de esas vacunas no vivimos más en el Uruguay según el
MSP. Luego el mensaje informa sobre el efecto de las vacunas y hace recomendaciones al respecto. Tal parece que, entre vacuna y vacuna, hay que cuidarse mucho. Recién pasados quince días de la segunda dosis, uno queda “inmunizado”, pero atención: “Aun inmunizado, uno puede contagiarse y contagiar”, así que tiene que seguir usando tapabocas y manteniendo distancia física. Sin embargo, por suerte, “cuando en una reunión todos los presentes hayan recibido la segunda dosis de la vacuna, pueden prescindir del tapabocas y de la distancia”. Pero, ¿cómo? ¿No era que aun vacunado e “inmunizado” uno podía contagiarse y contagiar? Entonces, ¿cómo prescindir del tapabocas y la distancia?
Cabe preguntarse qué significa “inmunizado” en el diccionario del MSP. En el de la Real Academia Española, significa “No atacable por ciertas enfermedades”, e incluso “invulnerable”.
No es que uno pretenda que dos pinchazos en el brazo lo conviertan en Superman, capaz de parar balazos con el pecho, pero sería de esperar que, si uno es “inmunizado” contra una enfermedad en particular, al menos no tenga que preocuparse por esa enfermedad. No lo entiende así el diccionario del MSP, ni tampoco, al parecer, el de la OMS. ¿Qué le vamos a hacer? Ya sé que el lenguaje es flexible, cambiante y espontáneo, pero, ¿no les parece demasiado?
Claro, la alternativa era decirnos a todos: “Tienen que vacunarse porque lo recomienda la OMS y porque firmamos contratos con ciertos laboratorios. Eso no los inmuniza. En realidad, no sabemos qué efecto causa. A lo mejor los protege un poco o les alivia la enfermedad, pero no estamos seguros. Tampoco sabemos bien si causa otros efectos. Lo cierto es que hay que vacunarse, porque, si no, nos van a escrachar en la prensa internacional y no nos van a prestar más plata. Ojalá todo salga bien”.
Por supuesto, con un mensaje como ese nadie se iba a vacunar. De modo que se entienden los comunicados del MSP.
“Inmunizado” no es el único eufemismo de la OMS, ni de los Ministerios de Salud de todo el mundo. En realidad, toda la terminología pandémica es un gran eufemismo. Es el caso de la “inmunidad de rebaño”, que dejó se ser una inmunidad natural producida por el contacto con el virus y pasó a significar “vacunación masiva”. Pero lo sintetizo en el “Nos cuidamos entre todos” y el “Reducir la movilidad”, que en realidad significan “te quedás encerrado en tu casa, perdés el trabajo, te fundís, no ves a tus padres, abuelos ni amigos, tus hijos no van a la escuela, el sistema de salud no te atiende a menos que tengas covid, y, si te enfermás gravemente, vas a morir solo y aislado.
No sé por qué, el lenguaje sanitario internacional me provoca la misma sensación que cuando, en la calle, alguien me dice “caballero”. Al oír la palabra “caballero”, uno debe ponerse en guardia, porque es el anuncio de una de tres cosas: o te quieren vender algo, o te están por estafar, o, si va en el formato de “Caballero, ya le expliqué que…”, es el paso previo a que te agarren a trompadas.
No hay caso, el lenguaje dice mucho más de lo que formalmente nos dicen que dice.
Semanario Voces.