Pasos hacia el cero neto ?

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Aunque el Pacto Climático de Glasgow es un ambicioso intento de frenar el aumento de las temperaturas en el planeta, la disputa de última hora sobre el carbón ensombreció el acuerdo.

India, apoyada por China, presionó para que se diluyera ese compromiso clave. La petición específica fue cambiar en el documento la frase “eliminación progresiva” por “reducción progresiva”.

Esa, sin duda, fue una demostración descarada de fuerza geopolítica que dejó a los países en desarrollo y a los estados insulares con pocas opciones fuera de aceptar los cambios.

El nuevo pacto llega pocos días después de otro notable hito alcanzado por China, pues el miércoles pasado, la agencia de noticias Xinhua anunció que el país había producido más carbón que nunca en un solo día.

De acuerdo con el informe, solo ese día se extrajeron unas 12 millones de toneladas del material cuyo consumo representará emisiones de dióxido de carbono aproximadamente equivalentes a las que produce un país como Irlanda durante todo un año.

El 22 de junio de 1988, James Hansen era el administrador del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, un nombramiento prestigioso pero bastante desconocido fuera del mundo académico. En la tarde del 23, estaba en camino de convertirse en el científico climático más famoso del mundo.

Esto fue resultado directo de su testimonio en el Congreso de Estados Unidos, cuando presentó la evidencia de que el clima de la Tierra se estaba calentando y que los humanos eran la principal causa: “Se ha detectado el efecto invernadero y ahora nuestro clima está cambiando”.

Si hubiéramos actuado siguiendo el testimonio de Hansen en ese momento, habríamos podido descarbonizar nuestras sociedades a un ritmo de alrededor del 2% al año para darnos una posibilidad del 66% de limitar el calentamiento a no más de 1,5 °C.

Hubiera sido un gran desafío, pero la tarea principal en ese momento habría sido simplemente detener el uso acelerado de combustibles fósiles repartiendo equitativamente las emisiones futuras.

Cuatro años después, hubo destellos de esperanza de que esto fuera posible. Durante la Cumbre de la Tierra de 1992 en Río, todas las naciones acordaron estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero para garantizar que no produjeran interferencias peligrosas en el clima.

La Cumbre de Kioto de 1997 intentó empezar a poner en práctica ese objetivo. Pero a medida que pasaban los años, la tarea inicial de mantenernos a salvo se volvió cada vez más difícil dado el aumento continuo en el uso de combustibles fósiles.

Fue entonces cuando se desarrollaron los primeros modelos informáticos que vinculaban las emisiones de gases de efecto invernadero con los impactos en diferentes sectores de la economía.

Estos modelos híbridos climático-económicos se conocen como Modelos de Evaluación Integrada. Permitían a los modeladores vincular la actividad económica con el clima; por ejemplo, explorando cómo los cambios en las inversiones y la tecnología podrían conducir a cambios en las emisiones de gases de efecto invernadero.

Parecían un milagro: se podían probar las políticas en la pantalla de una computadora antes de implementarlas, lo que le ahorraba a la humanidad una costosa experimentación. Surgieron rápidamente para convertirse en una guía clave para la política climática. Una primacía que mantienen hasta el día de hoy.

Desafortunadamente, también eliminaron la necesidad de un pensamiento crítico profundo.

Dichos modelos representan a la sociedad como una red de compradores y vendedores idealizados y sin emociones y, por lo tanto, ignoran complejas realidades sociales y políticas, o incluso los impactos del cambio climático en sí.

Su promesa implícita es que los enfoques basados ​​en el mercado siempre funcionarán. Esto significó que las discusiones sobre políticas se limitaron a las más convenientes para los políticos: cambios graduales en la legislación y los impuestos.

Alrededor de la época en que se desarrollaron por primera vez, se estaban haciendo esfuerzos para asegurar la acción de Estados Unidos sobre el clima permitiéndole contabilizar los sumideros de carbono de los bosques del país.

Estados Unidos argumentaba que si administraba bien sus bosques, podría almacenar una gran cantidad de carbono en los árboles y el suelo, que debería restarse de sus obligaciones de limitar la quema de carbón, petróleo y gas. Al final, Estados Unidos se salió con la suya. Irónicamente, todas las concesiones fueron en vano, ya que el Senado de ese país nunca ratificó el acuerdo.

Postular un futuro con más árboles podría compensar de hecho la quema de carbón, petróleo y gas ahora. Dado que los modelos podían producir fácilmente cifras que hicieran descender el dióxido de carbono atmosférico tanto como se deseaba, se podían explorar escenarios cada vez más sofisticados que redujeran la percepción de urgencia de reducir el uso de combustibles fósiles. Al incluir sumideros de carbono en los modelos económico-climáticos se había abierto una caja de Pandora.

Es aquí donde encontramos la génesis de las políticas de cero neto de hoy.

Dicho esto, la mayor parte de la atención a mediados de la década de 1990 se centró en aumentar la eficiencia energética y el cambio de energía (como el cambio de Reino Unido del carbón al gas) y el potencial de la energía nuclear para proporcionar grandes cantidades de electricidad libre de carbono. La esperanza era que tales innovaciones revertirían rápidamente los aumentos en las emisiones de combustibles fósiles.

Pero hacia el cambio de milenio estaba claro que tales esperanzas eran infundadas. Dada su hipótesis central de cambio gradual, a los modelos económico-climáticos le resultaba cada vez más difícil encontrar caminos viables para evitar un cambio climático peligroso.

En respuesta, los modelos comenzaron a incluir cada vez más ejemplos de captura y almacenamiento de carbono, una tecnología que podría eliminar el dióxido de carbono de las centrales eléctricas de carbón y luego almacenar el carbono capturado en las profundidades del subsuelo indefinidamente. En principio, se ha demostrado que esto es posible: el dióxido de carbono comprimido se separó del gas fósil y luego se ha inyectado bajo tierra en varios proyectos desde la década de 1970.

Estos esquemas de recuperación mejorada de petróleo se diseñaron para forzar la entrada de gases en los pozos de petróleo con el fin de impulsar el petróleo hacia las plataformas de perforación y así recuperar más, un petróleo que luego se quemaría, liberando aún más dióxido de carbono a la atmósfera.

La captura y almacenamiento de carbono ofreció el giro de que, en lugar de utilizar el dióxido de carbono para extraer más petróleo, el gas se dejaría bajo tierra y se eliminaría de la atmósfera. Esta innovadora tecnología prometida permitiría un carbón respetuoso con el clima y, por lo tanto, el uso continuo de este combustible fósil.

Pero mucho antes de que el mundo fuera testigo de tales planes, el hipotético proceso se había incluido en los modelos económico-climáticos. Al final, la mera perspectiva de la captura y el almacenamiento de carbono les dio a los responsables de la formulación de políticas una forma de evitar los tan necesarios recortes de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Fuente BBC