Surrealismo y postverdad
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Por Julio María Sanguinetti
La sesión del Senado pedida por el Frente Amplio sobre política de seguridad es una expresión acabada de su manejo -bastante eficaz normalmente- de lo que suele llamarse postverdad, porque sin decir algo claramente falso, se esconde todo lo molesto y machaconamente se instala en un territorio de ficción para construir un “relato” imaginario.
Pedía un plan para la lucha contra el narcotráfico y se le informó en la sesión del martes, en forma pública y aun secreta, de las líneas de acción policial, hasta en sus mayores detalles. Igualmente, se salió de la sesión repitiendo que no había “plan”. Cualquiera creería que, bueno o malo, ellos tuvieron un gran plan y resulta que el Fiscal Jorge Díaz, en 2019 (Diario “El País”, 22 de agosto), rotundamente afirmó que hacía una década que no había plan alguno.
El debate entonces se desplaza hacia ese otro lado, plan sí, plan no. Simplemente para que no se centre en lo que no pueden explicar: que entregaron el país en medio de una crisis de seguridad nunca vista, con 15 años en que invariablemente creció, en cada período, el número de delitos. Lo hemos dicho y repetimos: arrancaron con 7 mil rapiñas y terminaron con 30 mil. Ahora son 24 mil. Son muchas, pero incuestionablemente menos. O sea que se ha mejorado claramente en el delito más lesivo para la población. Llevamos dos años seguidos de baja, luego de 15 en crecimiento constante. Lo mismo ocurre con el hurto (19, 9 % menos), el abigeato (36, 4 %) y hasta los homicidios, que son naturalmente impredecibles y responden a realidades complejas. Aun allí también los hechos son claros: 393 en 2019, 300 el año pasado, o sea un 23% menos.
Ante la imposibilidad de discutir los grandes números, objetivos y concluyentes, se intenta trasladar entonces todo a un momento fugaz, episódico, sin perspectiva, que es el primer trimestre del año. Siguieron bajando el hurto y la rapiña. Desgraciadamente creció el homicidio: 92, cuando en 2019 habían sido 72. Pero si vamos para atrás, el primer trimestre de 2020, último del gobierno frentista antes de entregar, se registró la misma cifra. El mes de mayo, invocado con dramática voz ahuecada, fueron 37, un mal resultado sin duda pero igual al de mayo de 2019. ¿Dónde está la escalada entonces? La postverdad apela entonces a la emoción, “estamos en un momento crítico”…
Cuando se explica que los homicidios están referidos al mundo del delito, que de esos 101 solo 4 fueron personas sin antecedentes, se salta entonces al reproche retrospectivo: “es la misma explicación que daba el gobierno anterior y ahora la usa el actual…”. Nada que ver: hoy se describe una realidad incuestionable, nadie se refugia en la idea de que los muertos del narcotráfico son muertos de segunda, como ocurría entonces, y por supuesto se está luchando contra un flagelo que dejaron crecer por no enfrentarlo con rigor cuando era un fenómeno incipiente. Ese es el gran tema: entregaron el país en manos del narcotráfico y con Uruguay marcado en el mapa mundial del crimen organizado.
Es más, en el curso del debate, no pudieron explicar porqué suprimieron las brigadas especiales de combate al narcotráfico de Montevideo y Canelones, donde se centra la mayoría de los homicidios. Esa es prueba concluyente de que enfocaron mal el tema, porque su teoría era que no había que perseguir las bocas chicas sino los grandes distribuidores y al final resultó que no pudieron ni con unas ni con los otros. Fueron víctimas de sus propias teorías, dogmáticas, que hacían de delincuente una víctima de la sociedad capitalista, responsable de todos lo males, y del narco de barrio un muchacho pobre caído en desgracia.
Quien con un mínimo de serenidad siguió la Comisión General no puede sino concluir que los fracasados del régimen anterior montaron un escenario teatral para intentar exorcizar su desastre, apelando a imágenes surrealistas. Esas del mundo de los sueños de Dalí, en que los objetos se instalan en una realidad transfigurada. Los propios responsables de la debacle, los mismos, hablaban como si fueran expertos y, en el colmo de la comedia, ofrecían colaboración técnica. Hasta Jorge Vázquez, el hermano ex tupamaro del fallecido Presidente, salió de su silencio para dar clase en la televisión, como si fuera parte de un éxito y no uno de los capitanes de la debacle.
Revertir la situación es muy difícil. La población vinculada al delito es demasiada y la mayoría no conoció nunca la vida del trabajo. Si al término de este periodo de gobierno, se logró detener el avance que año a año mostró el delito en los últimos 15, iniciándose por lo menos un proceso de reducción; y si el narcotráfico internacional se ha acotado en lo interno y desplazado en lo internacional, habrá que reconocer el mérito alcanzado. Esa es la meta razonable que calificaría un éxito. Con la misma claridad con que el fracaso de la gestión frentista fue parte fundamental de su derrota electoral y es lo que ahora, con estos montajes publicitarios, se quiere esconder.
Los delitos han bajado y si todos empujamos parejo, alentando a la policía y no desmoralizándola, bajarán aún más.