Nación y República
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Por Julio Ma. Sanguinetti
El Codicen ha dispuesto que en las aulas de las escuelas se instalen los retratos de Artigas, de José Pedro Varela y de Enriqueta Compte y Riqué. En los de enseñanza media, solo el de Artigas y en general, además, recordar al personaje que da nombre a cada establecimiento y lo singulariza. También se recuerda la necesidad de realizar actos conmemorativos de las fechas patrias.
De inmediato ya saltaron algunos profesores frentistas a cuestionar la resolución hablando de que tiene «olor a naftalina» y de que esta imposición tiene tinte autoritario («absolutismo francés«) cuando se está preconizando la autonomía de los establecimientos. No faltan quienes dicen que siendo el proyecto político artiguista regional y no independista nacional, no parece ser un adecuado símbolo nacionalista.
Lo que debería ser más o menos normal, parece ser extravagante para estas mentalidades ideológicamente muy confusas, que aún no han digerido la caída del marxismo y oscilan entre un populismo de corta mirada y el desprecio histórico a los valores de la República definidos en nuestra Constitución.
El reconocimiento a las figuras fundacionales no es un culto trasnochado a la personalidad sino la exaltación de principios fundamentales. Artigas no es solo un proyecto de organización política que no fue viable por la hegemonía de Buenos Aires. Él ha sido reconocido fundamentalmente por los principios que en las Instrucciones del año XIII, el Estado de Derecho, la división de poderes, la libertad civil y religiosa, definieron la concepción republicana frente a los sueños monárquicos que aun medraban en la Revolución de Mayo. Artigas no es una utopía fracasada. Defendió siempre nuestra voluntad de autodeterminación (dentro de una Confederación), configurada en torno a esos ideales. Si algo fue obstinadamente sostenido por Artigas y sus caudillos continuadores, Rivera y Lavalleja, fue esa voluntad de gobernarnos a nosotros mismos que, desde Guayabos en 1815, defendimos con las armas en la mano, frente al alvearismo y a Dorrego.
¿Por qué están mal los retratos? ¿Qué institución, sea partido político, academia, hospital, no reconoce a sus referentes fundamentales, como expresión simbólica de lo que ellos representan?
No se trata de patrioterismo. Ni aun de nacionalismo. Es republicanismo, aunque no se quiera entender.
El patriotismo es un sentimiento, sentimiento de amor al pueblo y el lugar al que se siente pertenecer. Reconocer y cultivarlo, en el caso uruguayo claramente, es la adhesión a ese pueblo que se configuró en torno a Artigas y a sus principios.
Patriotismo no es nacionalismo. Esta es una ideología política que rechaza, tácita o expresamente, los valores universales, para instalar una actitud de prevalencia de lo propio, simplemente por ser propio. Y por lo tanto en principio mejor que todo lo que venga de afuera.
Curiosamente quienes se sienten de izquierda terminan comulgando con la derecha. Basta leer La Mañana para entenderlo. En su primera página de esta semana afirma: «Siguiendo dicotomías impuestas desde afuera se pretende establecer que el país está dividido en dos mitades. Sin embargo, este relato pertenece al de una élite nefasta que definió desde la revolución francesa el modus operandi de su quehacer político. Porque el verdadero parteaguas es entre aquellos que defienden el interés nacional y el desarrollo humano, y los que detrás de una pseudo eficiencia enajenan los recursos, ni siquiera al bajo precio de la necesidad«.
Esta ensalada ideológica repudia el republicanismo de la Revolución que inspiró a nuestros fundadores y habla de «dicotomías impuestas». ¿Cuáles son esas dicotomías? ¿Quién las impone? ¿El bipartidismo? Existió siempre. Nuestra historia es una dicotomía de colorados y blancos. Hoy se ha dado una gran variedad de partidos, llenos de matices y diferencias, que confluyen en dos coaliciones políticas sin renunciar a esas diferencias.
Al Uruguay nadie la ha impuesto «desde afuera» ninguna dicotomía y pensar que el «interés nacional» se define en una cierta manera de protección de recursos materiales, es un reduccionismo que choca con el Uruguay liberal y democrático, o sea «La República». Ese es el supremo interés nacional, configurado en torno a esos valores. Para defender políticas económicas adecuadas, más globales, más regionales o más nacionales, según los casos, siempre habrá espacio, pero a partir de un sistema político en serio. Ni nacionalismo cerrado ni desprecio por la conciencia nacional.
Un país como el nuestro, que no posee un gran territorio, que no es la continuidad de civilizaciones precolombinas organizadas como en Perú o México, que no es ni podrá ser potencia militar, o representa esos valores fundamentales o no es nada. Y por eso simbolizar en las figuras que lo representan es algo fundamental, que ha de cultivarse desde los bancos de la escuela. Por supuesto, un retrato no hará más artiguistas, pero crecer cerca de él, nos da arraigo, como las fotos familiares: por ellas no vamos a querer más a nuestros padres, pero convivir con su recuerdo, arraiga y forma.
Artigas es la libertad, Varela es la laicidad, Enriqueta es la educación desde la primera infancia.
Toda formación cívica debe partir de esos principios y ello supone asumir, desde el primer día, que somos una continuidad histórica. Que cada generación debe hacer su aporte, pero que esas esencias son permanentes y son las que nos definen.