La perilla del miedo

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Por Hoenir Sarthou

José Carlos Pisano es un empresario de 61 años. Tiene empresa y actividad comercial en Uruguay y en China y está vinculado también al ambiente futbolístico.

A principios de noviembre de este año,  recibió la llamada de un amigo que lo había visitado hacía poco. “Di positivo al coronavirus y tuve que dar tu nombre como uno de mis contactos. Seguramente te van a hisopar”, le dijo su amigo. Muy poco después, Pisano recibió una llamada de su mutualista, en la que se le indicó que debía permanecer cuatro días encerrado y aislado en su casa, para luego ser hisopado.

Pisano estuvo  atento a los síntomas de la enfermedad, falta de aire, fiebre, pérdida del gusto y del olfato. Nada de eso pasó. En los días siguientes, continuó respirando, oliendo y saboreando como siempre. Ningún dolor, nada de fiebre. Nada. Aburrimiento y Netflix, según cuenta.

Al cuarto día vinieron de su mutualista a hisoparlo. Para su absoluta sorpresa, el test (PCR) dio positivo a “virus Sars CoV-2”. El informe con el resultado fue firmado por la Dra. Raquel Balleste el 7/11/2020. A Pisano le ordenaron hacer diez días de aislamiento absoluto y dar los nombres y datos  de todos sus contactos, hijos, amigos, empleados, clientes.

No durmió esa noche. Esperaba ahogarse, o sentirse muy mal. Pero, nuevamente, no pasó nada. Con el correr de los días, entre el aburrimiento, Netflix, la imposibilidad de atender su negocio, y algunas agresiones virtuales que comenzó a recibr por su supuesta condición de “infectado y contagioso”, una duda empezó a germinar en su mente.

Entre tanto, el sistema sanitario hizo estragos en su vida. Sus hijos, amigos, empleados y clientes fueron sometidos a cuarentenas preventivas e hisopados. Tuvo que cerrar transitoriamente la empresa en Montevideo y  algunos de sus clientes lo increparon o rompieron con él, atribuyéndole haberlos puesto en riesgo. Uno de sus hijos debió cerrar el comercio que explota, y el resto de sus familiares fueron también objeto de enojos y de agresiones.

PISANO, EL SANO

Mientras todo eso ocurría, Pisano seguía sintiéndose muy sano. Enojado pero sano. Por lo que tomó una decisión: cuando terminara la cuarentena, se haría un examen de sangre para saber si de verdad habia tenido coronavirus.

Antes de dar ese paso, pidió a su mutualista que le certificaran que había tenido la enfermedad y que estaba curado. Se lo negaron.

Finalmente fue al “Laboratorio GENIA – Genética Molecular”, donde le hicieron un análisis de sangre para detectar anticuerpos contra SARS-CoV-2, es decir para determinar si había estado infectado y había generado las defensas correspondiente.

Para su sorpresa, el resultado fue negativo. “En la muestra analizada no se detecta la presencia de anticuerpos IgG e IgM contra SARS CoV-2”, dice el informe, expedido por el Laboratorio el 20 de noviembre.

¿Está claro, no? Pisano siempre estuvo sano. No tuvo SARS CoV-2.  De modo que el infalible test PCR falló, convirtiéndolo en un falso positivo, esa categoría que la OMS, y la parte de la academia que le es adicta, dicen que no existe.

Para las estadísticas, Pisano integra la legión de miles de uruguayos  que “cursaron la enfermedad y ya se recuperon”. Seguramente, si no se hubiese hecho el segundo análisis, habría creído ser uno de los “asintomáticos”, esos extraños “enfermos” que no están enfermos y no contagian, en los que insisten la OMS y el SINAE.

¿Cuántos Pisanos habrá en el Uruguay? ¿Cuántos “casos”positivos al test están en realidad sanos y son incluidos en las estadísticas como “asintomáticos” para no admitir que el test falla y que se está infundiendo miedo en base a datos poco confiables o directamente falsos?

    OTRO CASO RARO

Como suele pasar, este caso me conectó con otro también llamativo, el de una señora residente en una localidad del Interior, que dio positivo al test luego de asistir a una feria ganadera. La señora fue recluída, aislada y aborrecida por sus vecinos, pero no desarrolló ningún síntoma. Al terminar su aislamiento, con la misma sospecha que Pisano, pidió un nuevo test, que le fue negado. No puedo dar el nombre de la afectada porque todavía no fui autorizado a hacerlo.

Un dato nada menor: en los dos casos, los supuestamente infectados se quejan de haber recibido ataques y discriminación por parte de sus conocidos. Es un aspecto residual de la política del miedo: la acusación y el odio hacia la persona que, siendo en todo caso una víctima, es tratada como si fuera un asesino serial.

    RECALCULANDO

El pasado viernes 4, el Ministerio de Salud Pública emitió un informe que modifica sustancialmente el conteo de “muertes por covid” que difunde el SINAE. Recomiendo leer la nota de prensa publicada al respecto en “El Observador” el sábado 5 de diciembre.

Pese a su redacción enrevesada y confusa, mientras que el SINAE afirmaba que al 17 de noviembre de este año había 71 muertes por COVID, el informe del MSP reconoció como tales a 52, descartó a 6 y dejó a estudio otras 11. El informe detalla, con números precisos, en qué centros de atención médica se produjeron las muertes y agrega otro dato importante: la edad promedio de los fallecidos (73,5 años) y la comorbilidad, es decir las enfermedades previas que presentaban los pacientes, en las que predominan al parecer las insuficiencias cardíacas y la diabetes.

¿Cómo se explica esa diferencia numérica tan importante, de casi veinte casos, entre un conteo oficial y otro igualmente oficial? ¿Por qué el apuro y la imprecisión con que el SINAE difunde supuestas muertes por COVID? ¿A qué responde que el MSP haya controvertido públicamente esa información, al parecer luego de un estudio detallado de los casos? ¿Cuánto hay de cierto en las ochenta y pico de muertes por COVID que hoy contabiliza el SINAE?

    LA PERILLA POLÍTICA

La respuesta a esas interrogantes sólo puede ser política.

La pandemia es el fundamento de una serie de políticas globales que implican mucho miedo, difusión de información catastrófica que ningún gobierno en su libre y sano juicio difundiría para no generar caos, grave daño económico, pérdida de empleos e ingresos, restricciones de las libertades y derechos individuales, trabajo y control de las personas por medios tecnológicos, irregular funcionamiento de los centros de salud y de enseñanza, compromisos de compra de vacunas, y, en general, un estado de angustia y distanciamiento social que habría sido impensable diez meses atrás.

El gobierno uruguayo ha dado un vuelco en su actitud ante la pandemia. De una postura moderada, basada en la sensatez, pasó a reproducir el discurso del miedo que predomina en el mundo. No dudo de que tenga razones para ello, porque las presiones sobre los gobiernos para que adopten el discurso y las medidas pandémicas son enormes. Y no es posible adoptar ese discurso y esas medidas sin transmitir el temor que los hace aceptables.

    ESPADAS Y PAREDES

Mientras que el gobierno, con honrosos remilgos y extrañas contradicciones, como el informe del MSP, va endureciendo sus políticas, al menos una parte de la oposición frenteampllista juega una carta inquietante: denunciar la supuesta debilidad y descontrol del gobierno ante la pandemia y reclamar medidas más duras, llegando a insinuar el confinamiento obligatorio.

Pocas veces se ha visto a gobierno  y oposición autoapretados en “pinzas” tan riesgosas.

El gobierno tiene un dilema de hierro. Por un lado, está obligado a difundir el riesgo de la pandemia, porque eso es lo que se le exige a nivel supranacional. De eso dependen los créditos y librarse del destructivo tratamiento que la prensa internacional destina a los rebeldes ante la pandemia. Pero la consecuencia lógica de ese discurso es tomar medidas mucho más severas, lo que inevitablemente terminaría aparejando el rechazo de la población, sobre todo si llega a quedar en evidencia que hay mucho de falso en el miedo pandémico.

Parte de la oposición frenteamplista, al menos en discursos semipúblicos, está apostando a embretar más aun al gobierno. Le reclama medidas más severas, y al mismo tiempo está dispuesta a poner el grito en el cielo si se adoptan politicas represivas, como lo hace respecto a las que prevé la LUC.

Gobierno y oposición abonan el miedo, pero disputan por su perilla de control.

Ese sector opositor frenteamplista parece no tomar en cuenta la contradicción en que incurre.  Pedir recorte de libertades y represión es un camino sin retorno. Si el gobierno llegara a adoptarlo, a la oposición le sería  muy difícil deslindarse después de las consecuencias de lo que reclamó.

La cúpula frenteamplista, en tanto acepte el discurso pandémico y se niegue a someterlo a crítica, se verá forzada a cumplir un papel objetivamente funcional a los esquemas de poder global. Su difuso pedido actual de mayor severidad es una señal inquietante que muchos, incluido el editorial de Voces de la semana pasada, se resisten a ver.  Volveré sobre el tema, seguramente. //Semanario Voces