Como antes, el enemigo es el gobierno porteño, no la Argentina
Pablo Mieres
La decisión del gobierno argentino de prohibir que la carga de productos de ese país pueda transbordarse en nuestros puertos, debido a la ausencia de un acuerdo entre ambos países sobre transporte de cargas, es un fuerte golpe a nuestra economía, a nuestras perspectivas de desarrollo y, particularmente, a las perspectivas de consolidación de nuestros puertos como opción logística en la región.
El crecimiento de nuestro país como alternativa logística portuaria en los últimos años ha sido extremadamente relevante y ha formado parte del conjunto de estímulos que han permitido transitar por la década del mayor crecimiento económico de nuestra historia. Las inversiones realizadas y, en particular, las perspectivas de desarrollo y crecimiento han sido muy auspiciosas.
Es más, este desarrollo ha generado importantes desafíos y exigencias al gobierno para acompañar en forma adecuada este proceso de crecimiento con las obras de infraestructura, apoyo y respaldo que son requeridas para el crecimiento portuario y de los recintos logísticos.
Por ello esta medida repentina y agresiva del gobierno argentino es una grave circunstancia que nos pega en un punto neurálgico del proceso de desarrollo de nuestra economía y, muy en especial de este sector productivo.
Se han realizado diversas evaluaciones sobre el impacto que esta medida tendrá, sin embargo creemos que aun no se puede tener una idea completa de la afectación que sufriremos, porque el impacto será tan importante que la evaluación de los costos directos e indirectos que habrán de sufrirse no ha sido completamente contabilizada. Solo una cosa está clara, que en caso de no revertirse, esta medida debe ser el golpe negativo más duro que hemos recibido en muchos años.
Lo que es evidente es la saña y el afán destructivo que guía desde hace años a la conducción kirchnerista con respecto a nuestro país. Se puede decir que en los últimos años no hemos tenido un mayor enemigo en el mundo que el gobierno argentino.
La lista de agresiones, agravios y daños provocados es interminable y su simple enunciado basta para calibrar el grado de alevosía e intencionalidad existente. El bloqueo de puentes durante años, la denuncia soterrada ante el G20, las trabas comerciales que han determinado una sustancial reducción de las exportaciones hacia ese país, las trabas cambiarias para evitar la venida de turistas argentinos a nuestro país, la negativa de dar a conocer los resultados del monitoreo ambiental del Río Uruguay y el silencio ante la información uruguaya de nuevas inversiones para la ampliación del puerto de Nueva Palmira.
A cambio de eso tuvimos un gobierno excesivamente blando y cauteloso que buscó, de todas las maneras, granjearse la “buena voluntad” del gobierno vecino, sin entender que este último tenía como objetivo el bloqueo de nuestras oportunidades de desarrollo y crecimiento, debido a una vieja y anacrónica concepción geopolítica que está, lamentablemente en la génesis de las amargas disputas de la época de la Independencia.
La conocida “guerra de puertos” ha resurgido en la concepción trasnochada de la actual conducción porteña. Por eso no es casual que, de igual forma que en los tiempos fundacionales, la división de opiniones no separa a argentinos de uruguayos; sino que separa a porteños de uruguayos y argentinos de las provincias litoraleñas.
En efecto, pocas horas después de conocida la nueva agresión sufrida por nuestro país, la Cámara de Exportadores argentina emitió una declaración solicitando al gobierno la suspensión de la medida tomada. Justamente, el objetivo del gobierno argentino no es favorecer a su país, sino los intereses particulares y estrechos de un sector empresarial de la vecina orilla que compite con el desarrollo logístico y portuario de nuestro país.
Finalmente, después de varios años de política poco enérgica, nuestro gobierno parece entender la gravedad de las circunstancias y, por ejemplo, el presidente Mujica señaló en las últimas horas que esta medida “hacía añicos al MERCOSUR”.
Cuando la suma de hechos y declaraciones tienen siempre la misma tendencia, no existe otro camino que interpretar que, efectivamente, el gobierno kirchnerista es nuestro enemigo directo. Esa es la realidad y el resultado del análisis de la consecuencia de las decisiones que estos toman.
No hay que esperar gran cosa de nuestros socios regionales. Brasil dejó que el gobierno argentino avasallara el derecho internacional durante años, consintiendo tácitamente esa violación. Ahora sobre este tema, además, los puertos brasileros son los beneficiarios directos de la nueva medida.
El camino consiste en reivindicar nuestros derechos en todos los ámbitos internacionales que correspondan. Si las gestiones bilaterales fracasan, como hasta ahora siempre han fracasado, hay que convocar de urgencia al Consejo del MERCOSUR y hay que presentar una denuncia ante la Organización Mundial de Comercio. Pero además hay que llamar a nuestro embajador en Argentina, como señal de crisis diplomática.
También se debería convocar a una reunión del conjunto del sistema político para defender en forma conjunta nuestros intereses soberanos y demostrar nuevamente la unidad política nacional ante estos avasallamientos.