El quietismo como programa
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Por Julio María Sanguinetti
El país lleva adelante un proceso imprescindible de transformación educativa. Si el 41,9 % de los egresados de la educación media no pasan del mínimo en comprensión lectora, el 50,3 % en matemáticas y el 43, 9 % en ciencias, estamos en gravísimos problemas. No reconocerlo es desertar del compromiso con la nueva generación y condenar al país a la mediocridad y el atraso.
Para diseñar una nueva estructura curricular del Bachillerato y sobre todo para definir cuáles son las competencias que se desean alcanzar, cuál es el perfil del egresado que aspiramos, se consultaron a estudiantes y docentes. 46 mil estudiantes respondieron y para ellos es fundamental que la educación les ayude a ingresar al mercado laboral. El 80 % definió que esa era su prioridad.
Naturalmente, el Estado, como Estado, tiene otros objetivos más amplios y fundamentales, relativos a la ciudadanía, a la formación espiritual, pero ignorar que los muchachos quieren adquirir herramientas para la vida, es vivir en la irrealidad.
Don Pedro Figari, pionero en la educación tanto como en el arte, decía que la educación no puede ser “un paréntesis en la vida” sino un aprendizaje para ella. Por supuesto, la vida no es solo el trabajo, pero ignorar esta realidad es caer en otro clarísimo resultado que dio esa consulta: la mayoría de los 10.043 docentes que contestaron pusieron en primer lugar de su problemática a la desmotivación de los estudiantes. Y he allí el tema central.
Todo el nuevo sistema entonces se ha diseñado paras alcanzar determinadas competencias fundamentales, que muy esquemáticamente son estas: 1) en comunicación, que incluye todo lo relativo al lenguaje y los modos de expresión; 2) en pensamiento creativo, para indagar en el conocimiento y la cultura; 3) en pensamiento crítico, a fin de comprender y analizar la realidad del universo, a través de sus opiniones y las de otros; 4) en pensamiento científico, fundamentalmente referido a la las metodologías para ese modo de pensar; 5) en pensamiento computacional, hoy fundamentalísimo para el uso de la tecnología digital, que no se agota en una mera práctica; 6) en metacognitiva, a fin de desarrollar la construcción del pensamiento; 7) intrapersonal, relativa a los modos de relacionamiento con el prójimo; 8) en iniciativa y orientación a la acción, en la búsqueda de proyectos que aporten cambios; 9) en la relación con los otros, o sea convivencia; y 10) de ciudadanía, local, global y digital.
Para alcanzar estas metas se ha rediseñado la currícula de los bachilleratos. Es una aproximación al mundo. Sobre todo, con más flexibilidad, más posibilidades de opción y trabajo colectivo en talleres.
Frente a esta propuesta se ha lanzado la mayoría de las Asambleas Técnico Docentes de modo rotundamente negativo. Se autodenominan como un espacio atravesado por una “ideología crítica y liberadora” y en su nombre sentencian que se “condenará a generaciones de jóvenes a ser simplemente aquello que las personas que vienen del mundo productivo y detentan los medios de producción, desean moldear”.
Está claro que viven en los años 60 soñando todavía en la revolución marxista, cuyo simbólico Muro de Berlín se cayó en 1989 para siempre, en medio de fracaso de la sociedad que le dio al Estado totalitario “detentar los medios de producción”. Como se dice, el propósito es “liberador”, salvar a la juventud de la opresión del actual sistema, o sea de la ominosa democracia liberal que describe nuestra Constitución y bajo la cual felizmente vivimos. Un régimen de libertad política, libertad personal, libertad comercial, con un Estado -como el nuestro- que destina el 80% de su gasto a finalidades sociales que atienden las necesidades de desarrollo de las personas. Entre otras cosas, la educación, para “liberarnos” sí, pero de la ignorancia y prepararnos para vivir en un mundo en cambio. De ahí los nuevos énfasis en herramientas imprescindibles como el conocimiento digital y los idiomas, el propio y el inglés.
Puesto en claro: como no se debería pensar en el mercado laboral, hay que formar a los jóvenes para la desocupación y el abandono mientras esperan que llegue la “liberación”…
En ese arrebato de marxismo trasnochado se ha hecho un emblema de que se abandona la filosofía. Lo que no es cierto, porque se mantiene en los tres años. Eso sí, el último año, en 6º, se llama “epistemología”, lo que es fundamental porque es la filosofía de la ciencia, el estudio de su sentido y fundamentalmente de sus métodos. En una palabra, distinguir el conocimiento vulgar del científico, con sus reglas metodológicas de validación.
No hay ruptura con la cultura general y la formación ciudadana. Hay sí una aproximación a la vida real, con una estructura curricular mucho más flexible, con materias nuevas, que permiten mejores opciones.
Este es el corazón de la propuesta. Las competencias. Definirlas y luego evaluarlas. Acompañar al estudiante, paso a paso, en ese proceso.
Frente a eso, ¿cuál es la alternativa que proponen estas Asambleas? Resignarse a seguir la vieja rutina. Retornar al estancamiento, al quietismo que nos llevó a los niveles de insuficiencia en la formación que las pruebas PISA evidencian. Con el agravante de que esos malos resultados son penosos en los sectores de la población de menores recursos.
Estamos ahora ante un intento serio y esperanzado. Precisará tiempo y se irá corrigiendo mediante evaluaciones permanentes.
En un mundo en vertiginoso cambio, no adaptar la educación a sus exigencias es un suicidio colectivo. Por eso, ya de cara a las próximas elecciones, queda claro que, si no hay continuidad en este proceso y volvemos a la rutina empobrecedora de estos ideólogos del fracaso, le estaremos desertando al futuro.