Cuarenta años no son un día.
rochatotal//
Por Julio Ma.Sanguinetti
Para los economistas, los años 80 son llamados “década perdida”. Para la historia, un momento luminoso: la democratización de América Latina y la caída del Muro de Berlín, abriendo un nuevo tiempo.
El 10 de diciembre de 1983 se había hecho cargo de la Argentina nuestro entrañable amigo Raúl Alfonsín, luego del colapso del régimen militar.
En Brasil, el 15 de marzo de 1985 debía haber asumido como presidente el senador Tancredo Neves, votado por el Parlamento en elección indirecta. Una grave diverticulitis se lo impidió. Asumió así José Sarney, proclamado vicepresidente, que, a la muerte de Tancredo, pasó a ocupar la presidencia definitivamente el 21 de abril de 1985. Como se advierte, fue un proceso muy particular, porque aun bajo la dictadura había Parlamento y en él actuaban los líderes de la oposición, como el propio Tancredo y Ulises Guimaraes, quien lideró las protestas populares que generaron el clima para el retorno a la democracia.
En Uruguay, el 15 de febrero de 1985 se instaló el nuevo Parlamento y el 1º de marzo nos correspondió asumir la presidencia de la república con el compromiso de alcanzar un “cambio en paz”.
Culminaban así cinco años de trabajoso esfuerzo, que se habían iniciado en noviembre de 1980, cuando se plebiscitó una reforma constitucional propuesta por el régimen militar como una salida, los partidos –aun proscriptos– dijimos “no” y el pueblo acompañó. Ante ese pronunciamiento los militares reconocieron la necesidad de otro camino y el país tuvo, en noviembre de 1982, unas elecciones internas de los partidos tradicionales a las que siguieron arduas negociaciones, avances y retrocesos, en medio de una pugna militar entre un sector que procuraba encontrar una solución y el presidente general Álvarez, lanzando desde las alturas diatribas, cierres de periódicos y provocaciones que trataban de impedirlo. Un acuerdo del Partido Colorado, el Frente Amplio y la Unión Cívica con los comandantes militares, el 3 de agosto de 1984, fijó definitivamente la fecha del 24 de noviembre para la histórica elección que inició este largo lapso de normalidad institucional. Fue el llamado Pacto del Club Naval, donde se realizó la negociación, en que no participó el Partido Nacional, con una estrategia distinta, orientada por su líder, Wilson Ferreira, ya preso luego de retornar de su exilio. Él confiaba en la caída del régimen por la acción opositora y descreía de la posibilidad de un acuerdo como el que se logró, quedándose al margen. No obstante, instalado el nuevo gobierno contribuyó patrióticamente a la gobernabilidad del país.
Hoy, para la nueva generación todo esto luce como un proceso poco menos que espontáneo. Se sigue hablando de las dictaduras, pero poco o nada de lo que fueron las enormes dificultades para lograr el efectivo ejercicio del poder por las fuerzas democráticas. El gobierno de Alfonsín logró juzgar a las Junta Militares, pero luego tuvo levantamientos y las forzadas leyes de punto final y obediencia debida, amén de una agitación constante que afectó incluso su recuperación económica.
En Brasil fue todo armónico porque las Fuerzas Armadas orquestaron el mecanismo, y si la elección no fue la que ellos deseaban, no hubo pronunciamientos y nunca más se habló ni de juicios ni investigaciones sobre el pasado.
En Uruguay fue más complejo porque, amnistiados los tupamaros, los militares comenzaron a sufrir denuncias ante la Justicia que generaron un clima difícil, que nos llevó a proponer la extensión a ellos de la amnistía. No se aceptó nuestra iniciativa pero sí una del Partido Nacional, que luego la oposición de izquierda sometió a un referéndum. La ley fue ratificada por el voto popular. Debe entenderse que este no era un voto complaciente hacia la dictadura que se iba, sino una expresión de la voluntad de pacificación del país. Desgraciadamente, pesa todavía la penosa incógnita de personas desaparecidas, al tiempo que una jurisprudencia basada en normas internacionales perforó la amnistía militar y han sido llevados a juicios y presos una cuarentena de oficiales, en procesos que en ocasiones los propios tupamaros han considerado injustos. En todo caso y pese a todo, la estabilidad política y la seguridad jurídica han permanecido incólumes.
No está de más recordar que los tupamaros, desoyendo aun al Che Guevara, lanzaran en 1963 una guerrilla que trajo al país la violencia y sacó a los militares de los cuarteles de los que no habían salido desde 1904. Alfombraron así la irrupción militar sin tirar luego un tiro contra la dictadura, porque cuando ella se produjo estaban presos por la Justicia democrática. Todo esto a veces se olvida por la actual popularidad de Mujica, que incluso alcanzó la presidencia, en cabal demostración de que nadie fue excluido.
Este proceso de transición política se dio en medio de la llamada crisis de la deuda externa, precipitada cuando, en agosto de 1982, México anunció que no podía atender sus compromisos. Eso arrastró a una América Latina endeudada a un colapso del crédito y la actividad económica. Fue un proceso penoso de refinanciaciones y programas de estabilización que al fracasar llevaron a la hiperinflación, como pasó en Brasil luego del Plan Cruzado y en la Argentina, el Plan Austral. Uruguay felizmente pudo estabilizar su economía pese a lo que significaba la inflación en vecinos con los que prácticamente no hay fronteras. La deuda se pudo atender, la economía creció un 20% y el salario real un 29% que hoy luce como algo extravagante.
Desde entonces, Brasil vivió la caída de dos presidentes por juicios políticos, y la Argentina, renuncias y momentos complejos. No obstante, la institucionalidad ha funcionado. Uruguay ha mantenido una incuestionable estabilidad política, con tres gobiernos colorados, uno nacionalista, tres gobiernos frentistas y uno de Coalición Republicana, que acaba de terminar. Quieren las paradojas que el presidente Lacalle Pou termine su mandato como el gobernante con mejor imagen de Sudamérica, encuestas que dan respuesta favorable a la acción del gobierno, pero una derrota electoral en la segunda vuelta de noviembre pasado, que abre ahora otro gobierno del Frente Amplio. Los politólogos no logran desentrañar la clave que hizo que en octubre los partidos de la coalición oficialista ganaran por un 5% y 26 días después, el 5% fuera a favor del Frente.
Al final, como decía Weber, lo que importa son los resultados. Hoy, después de cuarenta años de aquel día en que nos tocó asumir la responsabilidad de conducir una difícil transición, el país está en paz y libertad. Todo lo demás se puede discutir, pero para un demócrata basta con eso. Lo demás es lo de menos.