La tormenta perfecta

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Por Pedro Bordaberry

La Tormenta Perfecta es una película protagonizada por George Clooney, Mark Wahlberg y Mary Elizabeth Mastrantonio. La historia es real: el naufragio de un buque de pesca en la costa de Massachusetts, Estados Unidos.

El siniestro fue fruto de hechos que se concatenaron. Primero, el encuentro entre dos tormentas, una de origen cálido que llegó del continente y otra fría que llegó del océano. A eso se sumó la decisión del capitán de dirigirse a una zona lejana para asegurar la pesca. Luego la rotura de la máquina y de la radio. En resumen, una tormenta perfecta.

Tormenta perfecta enfrentó Uruguay en el 2005 en materia de narcotráfico. Provocó el naufragio que hoy experimentamos.

El primer temporal vino del Norte cuando Colombia y Estados Unidos pusieron en marcha el Plan Colombia. EEUU aportó miles de millones de dólares para combatir la producción de drogas en el país latinoamericano.

Cansados de los destrozos que la droga causaba decidieron atacar la raíz del problema, la producción de la droga.

En sus primeros años el Plan pareció no funcionar. Recién en el 2005 se empezaron a ver resultados que se hicieron palpables a partir del 2007.

Una consecuencia no se previó: la emigración de los narcotraficantes. Como si fuera un globo se apretó en un lugar y creció en otros. El problema se mudó y llegó al Río de la Plata y otras naciones tiempo después.

La otra tormenta se originó en Uruguay. Fue la llegada del Frente Amplio al gobierno en el año 2005. Un partido con consignas y propuestas naif que después, cuando ya era tarde, abandonó.

Afirmaba que no había que reprimir y que la culpa del delito era de la sociedad. Con un mensaje equivocado como el de no darle a la Seguridad Ciudadana la importancia que tiene.

Esas ideas se plasmaron en la ley de liberación de más de 800 presos, marchas que destruían vidrieras y comisarías ante la mirada de la Policía a la que se ordenaba no intervenir. Se sumaron hechos como la intervención de una ministra y un senador en un motín de internos. Al grito de “con mis gurises no se meten” negociaron con los amotinados que pidieron ser trasladados a otro centro. El senador se ofreció de chofer ante la negativa de quienes advertían la peligrosidad. Se subió a la camioneta y a las tres cuadras le pusieron un corte en la garganta y se fugaron.

A ello se sumó la entrega de entradas gratuitas a barras bravas del fútbol en cuyas tribunas la droga campeaba.

En un debate televisivo del año 2012 el entonces ministro Eduardo Bonomi nos reconoció que la seguridad no fue prioridad en el primer gobierno del FA. Campo fértil para los avances de los narcos que emigraban de Colombia.

Al mismo tiempo en que se encontraban esas dos tormentas para armar la perfecta, pasaban más cosas.

Con el apoyo, incluso financiero, de Rockefeller, Soros y la Open Society el presidente Mujica trajo la liberación de la marihuana. Declaró que ello era “un experimento” y que se podía hacer en el Uruguay porque teníamos espíritu “de aventura”.

Encarar la liberación de la droga con ese “espíritu de aventura” y como un experimento fue otro mensaje equivocado.

Recordemos algunos hitos. Primero el Estado iba a comprar la marihuana, después la plantaría ¡el Ejército!. Propusieron pedir las colillas a los que consumían. Después vino el debate acerca de si la marihuana oficial “pegaba” lo suficiente.

El propósito de combatir la adicción a partir de su legalización quedó en segundo plano. La discusión era si “pegaba”. Las campañas de prevención fueron casi inexistentes.

Surgieron más mensajes equivocados desde el gobierno del FA. Uruguay no es un país de narcotráfico solo algunos capos de la droga vienen a refugiarse acá decían cuando los Morabito, Cuinis y más aparecían en nuestro país. Nos tranquilizaban diciendo que éramos un país de “paso” de la droga rumbo a otros mercados.

Mientras ello sucedía los homicidios pasaron de 180 por año al principio del primer gobierno del FA a 400 del último. Las rapiñas de 9.000 a 30.000.

Llegaron a decir que el microtráfico no era importante. No había que perseguir a los chicos sino solo a los grandes. Otro aliento.

Se pelearon con la DEA que se fue del país. No apoyaron a los que saben del combate a los narcotraficantes. Los que podían ayudar con recursos y conocimientos para terminar con ese flagelo.

Durante todo ese tiempo les advertimos de su error. Interpelamos muchas veces al ministro del Interior. Juntamos firmas, hicimos plebiscitos, gritamos que venía la tormenta. Como la mujer de la radio de la película avisamos del peligro de lo que enfrentábamos. No escucharon y nos hundieron en este barro de guerras por territorios y narcotráfico.

Hoy se espantan cuando ven que se matan en las puertas de las bocas. Donde algunos llevan niños pensando que si están estos, no tirarán. Y desde el FA se constituyen en severos cuestores de lo que nos trajeron las olas, vientos y lluvias de la tormenta perfecta que ellos mismos originaron durante quince años.