Las utopías regresivas

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Por Julio María Sanguinetti

Hace muchos años Fernando Henrique Cardoso acuñó un concepto que se ha incorporado a todos los análisis sobre América Latina y sus desventuras: “utopias regresivas”. O sea esa construcción retórica de una sociedad ideal, en que todos seríamos iguales, inspirados por una difusa concepción marxista que se ubicaría en un lejano paraíso perdido, ignorando la experiencia histórica incuestionable del fracaso del sistema.

Son utopías y ni siquiera de futuro, como aquellas que en ocasiones se lanzan desde el ángulo científico e imaginan un mundo cibernético, manejado por algoritmos y máquinas de pensar. No: es el retorno a lo que ya se probó y se hundió, a lo que se experimentó en todas las variantes posibles y solo generó autoritarismo y pobreza.

Todo esto se nos vino encima el domingo pasado, cuando el 1º de mayo nos volvió a traer esos incendiarios discursos, dedicados a controvertir nuestro sistema institucional, bajo el rótulo de “profundizar la democracia”, ese penoso verbo con el que se sostiene que Cuba ,Venezuela o Nicaragua son democracias “diferentes”. Lo que se sigue diciendo sin que a nadie se le mueva un pelo, como lo escuchamos hace pocos días en la voz del vicepresidente del PIT CNT. Joselo López. El domingo quien habló fue Marcelo Abdala, insistiendo en esa “profundización”, cuando el desafío es cuidar nuestra democracia, reconocida en el mundo entero, para que no caiga -como en esos países hermanos- o no se degrade, tal cual ocurre en muchos otros, prisioneros de una batalla de extremos a la que se llega, justamente, con esos planteos maximalistas que asumen que la pobreza se erradica por decreto y no con inversiones, capacitación, productividad (únicos caminos en esta sociedad del conocimiento en que nos ha tocado vivir).

Para no confundir las cosas, digamos que lejos de tener alguna distancia personal con Abdala o López, siempre nos hemos relacionado con mutuo respeto. Hasta participamos, con Abdala, en un ámbito universitario, en un aniversario de Carlos Marx, mirando al pensador anglo-alemán desde la óptica de un comunista y la nuestra, filosóficamente liberal.

El tema no son las personas. Son las ideas, el imaginario de sociedad que está detrás de todo lo que se dice. “El proceso de lucha ideológica es frontal”, dijo Abdala con toda claridad. Según él, “queda demostrado por enésima que el régimen social que enfrentamos, el mismo que vive de la explotación del hombre por el hombre (…) demuestra una vez más su verdadero rostro cuando apela al fenómeno de la guerra para el reparto imperialista del mundo”. O sea que no estamos ante el autoritarismo nacionalista de Putin que, como los Zares, agrede a su vecino y hermano sino ante el “reparto imperialista”, en el cual, para variar, aparecen los Estados Unidos. Por supuesto, la respuesta es el “verdadero internacionalismo proletario”, tragado por la historia pero redivivo en la Avenida Libertador en Montevideo. Por eso la lucha se libraría en nuestro país, donde “se viene impulsando un proyecto de desarrollo y crecimiento excluyente, concentrador de la riqueza y que exacerba la desigualdad natural en un régimen en que los poderosos siempre van a tener mejores condiciones para producir y aumentar sus ganancias que las grandes mayorías de nuestro pueblo”.

¿Quién “impulsa” un proyecto así? ¿Un gobierno que enfrentó la pandemia con enormes recursos del Estado, U$S 900 millones en el primer año y U$S 1.000 en el segundo? ¿Un gobierno que ante el empuje mundial de la inflación hace un adelanto del aumento que vendría en el mes de enero, tanto en jubilaciones como salarios públicos? ¿Una administración que encontró la desocupación en el 10% de la población activa y la ha bajado al 7%? ¿Un Estado donde la presión fiscal rebasa el 30% y cuyo gasto social es del orden del 70% de su presupuesto?

Además de la ensalada ideológica de los remanentes marxistas, el Frente Amplio y el PIT CNT viven contagiados de la Argentina kirchnerista, a la que admiraban por sus cuarentenas obligatorias y los subsidios generalizados que la llevaron a las penurias actuales. Ahora allí se ha inventado un nuevo impuesto, a las “ganancias inesperadas”, para castigar a los sectores exportadores. Abdala no usó la palabra, pero fue bien claro en la alusión al fundamental sector “agroexportador”: “estos sectores que están en la cúspide de la acumulación de riqueza y capital observan de qué manera están pagando menos impuestos que el conjunto de la sociedad”. Allí mencionó, a título de ejemplo, desde los lácteos hasta el trigo. Por supuesto, todo al barrer, ignorando realidades, como la que, por ejemplo, ha soportado la lechería en los últimos años, con enormes caídas de precios y endeudamientos de los que recién se está saliendo. ¿No conocen el sacrificio de los tamberos, para los que no hay paros ni feriados? ¿O piensan que Conaprole es un monstruo capitalista? Por supuesto, ignoran también que estos sectores han reducido su competitividad con la caída del dólar y los aumentos de los fertilizantes, los combustibles y -de un modo desmesurado- los fletes.

Obviamente, la mayor omisión en su relato es que si hay exoneraciones impositivas importantes a la producción, ellas también vienen de los gobiernos frentistas. ¿O ya nos olvidamos de la negociación de UPM 2? ¿Ahora está mal, cuando miles de personas trabajan justamente por esas exoneraciones, sin las cuales no habría exportación ni empleo?

Todo se sumó a una atmósfera peligrosamente apolillada. Y decimos apolillada por antigua, obsoleta, fracasada, pero aún peligrosa porque no están solos el PIT CNT y su sucursal política, el Frente Amplio. Lo que proclaman, a los gritos y puño en alto, está detrás de las dictaduras latinoamericanas a las que aludimos y de los grupos radicales, como el que este 1º de mayo protestó a balazos en Santiago de Chile, porque ya Boric es burgués. En la política, las palabras son hechos. Y ese discurso lo es: intenta mantener viva la idea de una revolución imposible.

Las utopías regresivas, entonces…