OTRO HECHO HISTORICO EN CUBA,AHORA LOS ROLLING STONES

No fue una cita con la música. Fue una cita con la Historia. Lo de menos fue el rock and roll

 

Quienes más disfrutaron del concierto fueron los miles y miles de extranjeros que se mezclaron con los cubanos

Para los cubanos, aquello tenía otro sentido. Era su entrada en el mundo después de seis décadas de aislamiento.

Pablo Pardo.

No fue una cita con la música. Fue una cita con la Historia. Lo de menos fue el rock and roll. Aquéllo era otra cosa. Lo resumió mejor que nadie el propio Mick Jagger, el cantante de los Rolling Stones, en español: “Sabemos que años atrás era difícil escuchar nuestra música en Cuba. Y ahora aquí estamos. Yo canto para ustedes. Pienso que, finalmente, los tiempos están cambiando“.

Cuando actuaron por primera vez bajo el nombre Rolling Stones, en julio de 1962, la Unión Soviética estaba emplazando en Cuba misiles con cabezas nucleares que tres meses después iban a poner al mundo al borde del Holocausto atómico. Ayer -madrugada de hoy en España- los Rolling pudieron el colofón a una semana en la que ha quedado claro que, efectivamente, las cosas están cambiando. ¿O no es suficiente cambio que el penúltimo bastión del comunismo, tras Corea del Norte, empiece la semana con la visita del presidente de Estados Unidos y la acabe con la de Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts?

Aquéllo fue más que una comunión. Fue un amancebamiento entre Cuba y el mundo exterior. Porque, aunque existe una significativa corriente rockera (y hasta rapera) en Cuba, la isla siente más la música caribeña. Así que quienes más disfrutaron del concierto fueron los miles y miles de extranjeros que se mezclaron con los cubanos. Gente como Andrea, una panameña de 39 años que había llegado a La Habana con varios amigos por la mañana temprano y tenía pensado regresar a su país a las 4 de la mañana, o sea, 5 horas después del concierto. ¿Que si me arrepiento? Ni por un instante. Son los Stones y es Cuba, explicaba.

Para los cubanos, aquello tenía otro sentido. Era su entrada en el mundo después de seis décadas de aislamiento. Banderas ondeando, y miles de brazos alzados haciendo fotos y vídeos con sus teléfonos móviles. Como en cualquier otro país. El Hombre Nuevo del que tanto hablaba Fidel había sucumbido, no al imperialismo, sino al diversionismo cultural que horrorizaba a los cuadros comunistas de los sesenta y setenta y ochenta, cuando la gente se reunía a escuchar a los Beatles, literalmente, en secreto. Los mismos Beatles de John Lennon, que hoy tiene un monumento en La Habana.

Así, cuando Keith Richards largó un “es increíble veros, chavales”, la gente se creció y empezó a gritar “¡Cuba!, ¡Cuba!, ¡Cuba!”. Justo igual que a 90 millas, 150 kilómetros, cuando el público se emociona y corea “¡U-S-A, U-S-A!”. Tan lejos y tan cerca, los dos vecinos que han vivido su guerra fría durante seis décadas, han empezado a fumar la pipa de la paz. Aunque será mejor no saber qué le habrá echado Keith Richards a la pipa en cuestión.

Pero ¿y el concierto?

Esa es una pregunta improcedente. Es como preguntar cómo ha sido la corrida a una peña en Sanfermines. El concierto bien, gracias. Igual que todos los conciertos de los Stones desde que en 1988 resucitaron con la gira Steel Wheels en Estados Unidos. A partir de ese instante, Jagger, Richards, Woods, and Watts han dado el mismo concierto unos cientos de veces: un escenario apabullante, grandes pantallas de televisión, un grupo de acompañamiento con teclados e instrumentos de viento, y dos o tres coristas. Y un repertorio consistente sobre todo en repetir, con una fidelidad tirando a absoluta, sus grandes éxitos. Porque nadie se conoce una canción que los Rolling grabaran después de 1980. O sea, cuando Cuba mandaba a sus soldados a morir a Angola y a Etiopía, y a instruir a los sandinistas nicaraguenses. Y cuando EEUU intentaba asesinar a Fidel castro con cigarros-bomba.

En ese repertorio siempre hay hueco para algún blues, como los que desgranó ayer Richards, primero, y toda la banda, después. El blues no tiene particular arraigo en Cuba, pero al público no le importó mucho. Ademas, era un público muy diverso. Había fans convencidos. Y había venerables señores y señoras de sesenta años, que no parecían particularmente emocionados. Había jóvenes bailando a ritmo de reaggeton Honky Tonk Woman. Y había, como ya se ha explicado, muchos extranjeros, que eran los únicos que se sabían las letras de las canciones.

El público se dividía en dos grandes grupos. Uno, que a ojo podía constar de unas 200.000 personas, que no perdió un segundo del concierto. Algunos incluso se subieron a las gradas de un campo de béisbol a la izquierda del escenario. Otro, de unas 100.000 ó 200.000, que paseaba por la calle que rodea al Centro Deportivo, y, en muchos casos, no avanzó más allá de las verjas que señalaban el verdadero espacio del concierto. Era gente que se limitó a dar un paseo y ver el show.

Un show que alcanzó su clímax cuando le echaron una bandera cubana a Jagger, y éste se la puso al hombro y cantó ‘Brown Sugar’. La misma ‘Brown Sugar’ que trata de la violación de una esclava negra por su dueño blanco. Pero es una canción que ha perdido todo su significado para transformarse en un himno al sexo y a la diversión. Tal vez como la música de los Rolling. Las caderas de Mick Jagger marcaron Historia ayer en La Habana mientras el viejo comandante, a pocos kilómetros de distancia, paralizado en su silla de ruedas, acaso podía escuchar al Hombre Nuevo de la Revolución corear que no consigue satisfacción.

Dos horas de rock y de la lista de éxitos de la banda ya se podían tachar ‘Gimme Shelter’, ‘Start me Up’, ‘Sympathy for the devil’ o ‘Brown Sugar’, entonces Jagger se despidió: “Muchas gracias Habana, buenas noches”.

Falsa alarma: los viejos rockeros regresaron con el coro cubano Entrevoces para interpretar ‘You Can’t Always Get What You Want’, y entonces muchos en la audiencia, conscientes de que el show estaba a punto de acabar, empezaron a despedirse de la banda antes de la traca final.

“¿Están listos?” gritó Jagger, y dos segundos después, se escucharon las primeras notas de ‘Satisfaction’, todo el público empezó a saltar, el concierto alcanzó un climax perfecto: hasta Charlie Watts esbozó una sonrisa.

Los 3,55 minutos de la versión original de “Satisfaction”, lanzada en 1965, se alargaron por más del doble. Todos, desde sus Satánicas Majestades hasta el último de sus súbditos que quedaba en La Habana, disfrutaron y exprimieron el último segundo de un concierto histórico que quedará en la memoria de todos los cubanos. Fuente El Mundo

Deja un comentario