Pachanga falsa

Lo peor para el FA no es la derrota electoral, la pérdida del gobierno ni el devenir de las encuestas, sino el derrumbe del relato.

Por Gerardo Sotelo

“Estaba yo disgustado/ Sin salir en la comparsa/ Estaba yo distraído/ Iba de cabeza gacha/ Mi alegría era una pena/ Mi sonrisa era una farsa/ Pero ahora me curé/ Canto la Pachanga Falsa”. (Cursi)

La emergencia sanitaria y sus repercusiones sobre el sistema productivo y la economía de la gente, ha puesto de manifiesto algunas aristas incómodas de la era frentista. No porque las cifras se desconocieran sino porque, encarnadas en las angustias de cientos de miles de personas, revelan la verdadera dimensión de la realidad social.

El crecimiento inédito de la economía mundial en las últimas dos décadas encontró su correlato nacional en el aumento de la riqueza disponible, así como el acceso a mayor cantidad de bienes y servicios por parte de buena parte de la población. Sin embargo, el relato frentista pretendió opacar ineficiencias y miserias.

Aún hoy, el Estado necesita atender a unas 400.000 personas con transferencias monetarias, darle de comer cada día a unos 250.000 niños y ver cómo resuelve el creciente problema de los asentamientos irregulares, donde viven unas 200.000 personas, la mayoría de ellas en edad infantil. Todo esto en un país que ha visto perder durante el último gobierno, unos 53.000 puestos de trabajo.

De los creadores de la pachanga falsa, nos llega ahora el deseo de participar del gobierno, so pretexto de los problemas derivados de la pandemia.

“Esta es la Pachanga Falsa/ La que te alivia el dolor/ Esta es la Pachanga Falsa/ Vení conmigo a bailar/ Esta es la Pachanga Falsa/ Dulce de leche con salsa”.

Una señal positiva de las propuestas que la delegación frentista le entregó al gobierno es que no incluye el reclamo de cuarentena obligatoria, con el que atormentaron a la opinión pública y presionaron al gobierno el PIT-CNT, el SMU y algunos legisladores y voceros frentistas.

Quizás el cambio de tono tenga que ver con la percepción, confirmada por las encuestas, de que la población prefiere seguir los consejos de un gobierno previsor, responsable y sensible, a acompañar las pataletas de los vociferantes. Tanto es así que apenas 19 por ciento de la población no confía en las medidas de la nueva administración (lo que equivale a la mitad del electorado frentista de octubre pasado) y ocho de cada diez uruguayos apoya la reducción salarial de los empleados públicos de ingresos más altos. Un verdadero cacerolazo.

¿Cómo puede el Frente Amplio crear un equipo para elaborar un “plan estratégico” con “políticas de Estado”, un mes después de dejar el gobierno, si no lo hizo dos meses antes, cuando la OMS ya advertía sobre el riesgo de propagación mundial de virus? ¿Cómo pueden reclamarle al presidente que gaste trescientos millones de dólares que no tiene, habiendo dejado un déficit fiscal de 5 puntos y sin que se les mueva un músculo de la cara?

Como escribió en su cuenta de Twitter el periodista Juan Miguel Carzolio, “con la diferencia entre el déficit proyectado y el déficit real, se financia todo el paquete de medidas que le propuso el Frente Amplio a Luis Lacalle Pou y sobra plata”.

“Para que el pueblo se olvide/ De todito lo que pasa/ Hay que hacer lo que yo digo/ Cantar la Pachanga Falsa”.

La contundencia de las encuestas parece haber conseguido que los derrotados acepten finalmente el resultado electoral del 2019. Aún es prematuro decirlo, pero hay señales positivas en ese sentido. De todos modos, lo peor para el Frente Amplio no son las derrotas de octubre y noviembre, la pérdida del gobierno ni el devenir de las encuestas, sino el derrumbe del relato, del cuento de hadas, es decir, el inminente final de la pachanga falsa.