Rodó colorado

rochatotal//

Por Julio María Sanguinetti

Cuando fundamos el Foro Batllista, allá por los 90′, instalamos una serie de retratos emblemáticos del Partido Colorado entre los que estaban, como correspondía, Julio Herrera y Obes y José Enrique Rodó. Entra una tarde el gran Carlos “Chilín” Cigliuti, uno de los oradores más elocuentes que conocí, y nos dice: “¿ Como ponés a Batlle y Ordóñez en el medio de sus adversarios?”. Y le contesto: “Querido Chilín, Julio Herrera es la civilidad y José Enrique Rodó el mayor intelectual de la historia nacional, tres períodos diputado colorado, ¿te parece lógico que además de nuestras “internas” de hoy sigamos con las de Don Pepe 70 años después?”. Se rió y aceptó…

Importa la historia porque de esas diferencias partidarias han medrado muchos adversarios del Partido Colorado para intentar la ubicación de Rodó como una suerte de víctima de la política. El hecho es que fue diputado en tres períodos y que apoyó las dos candidaturas de Don Pepe. Es más, la segunda candidatura fue varios años después de la famosa polémica por el retiro de los crucifijos en los hospitales públicos, en que Rodó estuvo en contra de la decisión oficial de la administración batllista. O sea que esa diferencia de criterio, intencionalmente amplificada muchas veces, por otra parte natural en un gran partido democrático, no obstó a su apoyo a Batlle. Ello ocurrió en circunstancias muy complejas, cuando el Partido Nacional, en incomprensible actitud cerril, anunciaba una revolución ante el solo anuncio de su candidatura para la segunda Presidencia.

Es verdad que Rodó discrepó más tarde con don Pepe en la idea del colegiado, como ocurrió con mucha gente muy relevante, alguna que se agrupó en el “riverismo”, liderado por Pedro Manini Ríos, y otra que simplemente se apartó del debate, como Serrato, que luego sería Presidente con su apoyo. También es cierto que tuvo críticas para algunas reformas sociales que consideró “radicales” pero fue miembro informante, con notables discursos, de la ley de creación de los liceos departamentales y de la jornada laboral de 8 horas.

Admirador de los ideales liberales del Gobierno de la Defensa, no lo fue menos de Rivera y de su larga gesta patriótica. Hablando de la independencia señaló con agudeza que “quien sea capaz de llegar al alma de los hechos históricos, percibirá que la significación de la conquista de Misiones es inmensamente mayor (a la batalla de Ituzaingó): a punto de que no hay , en el transcurso de los acontecimientos que se abren con la Cruzada de 1825, página que más sin reserva podamos vincular al hecho de nuestra definitiva independencia, de nuestra constitución como nacionalidad”.

Hablando de la Defensa de Montevideo afirma: “…pensamiento y acción, inteligencia y heroísmo, tribuna gigantesca y baluarte ciclópeo, lengua inspirada de civilización y brazo armado de libertad; la Defensa de Montevideo, lo más grande que se haya realizado en suelo americano a partir del último cañonazo de Ayacucho…”.

Fue tan admirador de Rivera y respetuoso de los caudillos de su época, como contradictor feroz de los caudillos posteriores, que con la República consolidada, se erigían en “fuerza de regresión y de desorden”. Hablando de él, dice que “De todos los caudillos del Río de la Plata, contando lo mismo los que le precedieron que los que vinieron después de él, Rivera fue el más humano: quizás en gran parte, porque fue el más inteligente. En lid con enemigos desalmados y bárbaros, nunca fue capaz de una represalia cruel”.

Rodó, naturalmente, era un intelectual profundamente idealista, y como tal no siempre se correspondía con la lógica de los aconteceres políticos. De ahí sus controversias, sus alejamientos, seguidos siempre de retornos, salvo el último, en que tempranamente una enfermedad le cobró su vida, a los 45 años, cuando estaba en Europa.

Entre las tantas contribuciones que el pensamiento liberal del Partido Colorado aportó a nuestro país, y aun a toda América, está justamente la figura de este pensador ilustre, al que evocaremos mañana sábado en la Casa del Partido. Predicó a la juventud la necesidad de realizarse plenamente, de no cercenarse ningún aspecto de la vida. Por eso mismo cuestionó la prematura especialización que advertía en la educación norteamericana y la necesidad de mirar siempre más allá de la utilidad inmediata. Por supuesto, tuvo contradictores en su tiempo y los sigue teniendo hoy, entre los que le acusan de predicar un intelectualismo elitista. Son lecturas apresuradas, como tantas de nuestro tiempo. Quien lea hoy “Ariel”, escrito por él a las 29 años, advertirá que hay un mensaje profundo de elevación, más necesario que nunca en este tiempo de redes sociales en que predominan la vulgaridad y el simplismo.