Baltasar Brum, 90 años después

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Se cumplieron  90 años del primer golpe de estado del siglo pasado y, por consiguiente, de la inmolación de Baltasar Brum en el altar de la Libertad y la institucionalidad democrática.

En la edición anterior de Correo, el columnista Leonardo Vinci transcribió un editorial del diario “El Litoral” de la ciudad de Concordia, Argentina, publicado pocas horas después del suicidio del estadista compatriota. Allí se resume con maestría el significado del sacrificio de Brum, señalándose que los hechos “nos presentan al Dr. Brum en un gesto de pundonor, adaptando así la vieja ley que cumplen los nautas al zozobrar sus navíos. La dramática desaparición de ese hombre, por más de un concepto ilustre, en la plena madurez de su cultivado espíritu, trae a la memoria los románticos suicidios de los caballeros japoneses. Porque acaso no fuera el íntimo dolor de ver en mengua sus ideales, en derrota su reciente actuación pública o la perspectiva de saber dispersos a los amigos fieles, sino una actitud de protesta, sublime en la magnificencia del sacrificio”.

Baltasar había sido un joven rutilante. Batlle y Ordóñez le había conocido en una Convención y tenido noticia de un debate en Salto, en el Teatro Larrañaga, defendiendo el colegiado. Es así que lo nombra -en su segunda presidencia- Ministro de Instrucción Pública pero debe esperar varios meses para efectivizarlo porque Brum aún no llegaba a la edad constitucional mínima… Realiza una notable labor y es nombrado Ministro del Interior por el Presidente Viera, cargo que abandona en 1916 para ocupar una Cancillería que resultó histórica: alinea al país en contra de Alemania en guerra contra Francia y relanza con vigor la relación con la potencia emergente, los EEUU.

Baltasar Brum corrió hacia el centro de la calle en solitario, y tras gritar ¡Viva Batlle! ¡Viva la libertad! disparó su arma contra su corazón, dándose muerte .

Al término de ese mandato, con 35 años, es Presidente de la República, entre 1919 y 1923. En 1931 integra el Consejo Nacional de Administración (la Constitución había dividido las competencias del Poder Ejecutivo entre un Presidente y un Consejo) y en ese cargo estaba cuando lo sorprende el golpe de Estado.

El Dr. Gabriel Terra era un importante dirigente colorado que llegó a la presidencia rodeado de un prestigio de hombre de Estado por una larga trayectoria. Desgraciadamente, las circunstancias derivadas de la crisis de 1929 condujeron al país a difíciles momentos y Terra cayó en la tentación de asumir la suma del poder, con el apoyo del riverismo liderado por el Dr. Pedro Manini Río y el del principal dirigente nacionalista, el Dr. Luis Alberto De Herrera. Frente a esta desviación, quienes primero levantaron su voz fueron también los batllistas. El 30 de marzo, horas antes del golpe, la Agrupación Nacional de Gobierno batllista expresó, entre otros concepto:

Nadie puede llamarse a engaño. Dos tendencias, diametralmente opuestas y netamente definidas, se organizan para la lucha. De un lado, los que pretenden trasplantar a nuestro medio las soluciones de violencia que llenan de dolor, de sangre y de verguenza a casi todos los países de América, negándole al pueblo el derecho de gobernarse a sí mismo, poniendo los destinos de la sociedad en manos del más audaz y menos escrupuloso, hasta que otro todavía más audaz y con menos escrúpulos, los sepulte, con poderes igualmente discrecionales, sin frenos de ninguna naturaleza en el manejo de los intereses morales y materiales de la nación.

De otro lado, los que exigimos que se respete la Constitución de la República para que el pueblo, en el libre ejercicio de sus derechos esenciales, decida sus destinos (…) el problema de la reforma constitucional pasa a segundo plano cuando están en juego la democracia y las libertades públicas. Con el plebiscito inconstitucional o la dictadura, se destruirá el único instrumento que el pueblo puede esgrimir para labrar su felicidad por la implantación de la justicia social que vamos conquistando gradualmente (…) Todas las fuerzas oscuras de la reacción y del despotismo se coaligan para destruir la obra de paz, de libertad y de justicia que hemos realizado a precio de tanto esfuerzo, de tanta sangre y de tanto dolor.

Incorporarse a las filas de los que pretenden imponer la reforma por el plebiscito inconstitucional, mientras se intenta montar en la sombra la máquina de la dictadura, es renegar de la democracia y la dignidad ciudadana, traicionar el espíritu luminoso de Batlle, que es la esencia misma del batllismo, y ponerse al servicio de los gestores del infortunio de la República. Nadie puede llamarse a engaño. En esta hora solemne para los destinos del país el deber es claro, lo honorable es estar con la Democracia.

El suicidio de Brum, esa misma mañana, es el gesto rotundo de lo que sentían los auténticos continuadores del pensamiento de José Batlle y Ordóñez y que hoy, con unción democrática, evocamos.

Fuente Correo,Fotos Montevideo Antiguo