Lo mejor y lo peor

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No hay como las catástrofes o los naufragios para que afloren lo mejor y lo peor de la condición humana.

Por Julio María Sanguinetti

Lo mismo ocurre en la política. Basta una crisis para que se desaten pasiones que llevan a la grandeza o a la inferioridad. Después, si nos salvamos, todos nos abrazamos diciendo que la unidad nacional fue fundamental. Aunque hayan existido quienes anunciaron la catástrofe. Pasó en 2002, cuando el líder de la oposición propuso públicamente, que el país declarara el “default” igual que Argentina. Más tarde –y hasta hoy– como se reconoce que la situación se manejó mejor que nadie, aun con enorme sacrificio político, se habla de una unidad nacional que no fue tal. Lo peor asomó. También lo mejor: Atchugarry en el Ministerio, De Brum en el Central, Ariel Davrieux y Lito Alfie en Planeamiento, Sténeri y Fernández Faingold en Washington. Un equipo de altura, que ayudó al Presidente Jorge Batlle a salir del cerco financiero provocado por la quiebra de los bancos.

Tenemos también, muy cerca, la pandemia. Cuando el 13 de marzo se la anunció, saltaron los jinetes del apocalipsis. Hubo muchos, pero ninguno superó al Sindicato Médico del Uruguay, que hasta llamó a nuestro partido un fin de semana, en tono dramático, anunciando el colapso de un sector hospitalarios desbordado, los CTI desbordados y la gente muriendo en los pasillos. Fue así, sin agregarle nada. Conversamos con ellos y sobrecogidos procuramos acercarnos a las autoridades públicas para advertir que aquello era un disparate, que la situación sin duda era muy difícil, pero que se estaba enfrentando con medidas excepcionales, multiplicando camas de internación y equipamiento suficiente. El país salió adelante, pese a ellos. Como se reconoce que los resultados fueron los mejores posibles, hoy se habla desde la oposición, fantasiosamente, de su sentido de responsabilidad en la hora crucial.

Hay que ser muy desmemoriado para olvidar cómo se nos ponía a la Argentina como ejemplo, con su cierre de fronteras y su confinamiento obligatorio. Llegó a decirse que el Presidente Fernández, era un “estadista de primera”. Está claro que allí terminó todo entre mal y muy mal.

Felizmente también afloró lo bueno. La devoción del personal sanitario. La eficacia del sistema de vacunación. La claridad y determinación con que el gobierno encaró el tema, encabezado por un Presidente Lacalle Pou que debutó en su cargo teniendo que capear semejante tormenta, tan inesperada como aterrorizadora, acompañado –en primera línea– por el Ministro Salinas y el Secretario Delgado, con el sostén firme de una coalición a la altura del momento.

Ahora se nos vino encima la crisis hídrica. Es notorio que hace 15 años que se discutía el tema. Fernández Huidobro lo había planteado y el Frente lo ignoró. Ni proyectó una toma de agua en el sistema del río de la Plata para no depender solo del Santa Lucia ni puso en marcha el de Casupá, que hoy se invoca como un mérito propio cuando fue otra defección. Desde ya que tal represa no estaría funcionando y desde ya que se repetiría la situación de Paso Severino, por depender de la misma fuente. Por lo menos podrían alegar que intentaron algo. Pero ni un caño de Casupá. Nada. Nada de nada.

Aflora, como siempre, lo peor y lo mejor. Esto último, Mujica, diciendo –con honestidad– que “todos nos dormimos” y que cada cual asumiera su responsabilidad como él mismo lo hacía. También Astori, yendo incluso más allá, al reconocer que priorizar la construcción del Antel Arena fue determinante para postergar otras inversiones, como las necesarias en el sistema de provisión de agua. Fueron claros y terminantes. Los respaldan los hechos, además.

Ahí salta, entonces, lo peor, de adentro y de afuera. De adentro, cuando el iracundo presidente del Frente Amplio Sr. Pereira, que ya enterró aquel sindicalista serio que alguna vez fue, en su habitual tono dramático, responsabilizando al gobierno por la imprevisión de la imprevisible magnitud de la sequía. Desconociendo que el gobierno proyectó una instalación en serio sobre el río de la Plata, que es la solución de fondo al problema.

A partir de sus diatribas, el tema llega al exterior. El presidente argentino, el “estadista de primera” dijo que en Uruguay se abría la canilla y no salía agua. Rencoroso porque la ejemplaridad de nuestro país se muestra como espejo virtuoso de la deformidad de la imagen de su gobierno, no bien oyó un ruido, allí saltó. Ni preguntó lo más mínimo. Quedó en ridículo, pero contribuyó a otros disparates como el de un grupo de supuestos “expertos” de ONU, que emitieron un documento, denunciando la “afectación de poblaciones vulnerables”. La verdad es que el aumento de salinidad no llegó nunca a niveles dañinos para la salud, con alguna excepción, si se consumía durante mucho tiempo por algunos enfermos crónicos. Es verdad que el agua no era tan rica como lo fue siempre. Por eso el Ministerio de Desarrollo Social brindó apoyo económico a los habitantes de la zona afectada para que consumieran más agua embotellada. También se tomaron medidas de emergencia que hace ya una semana han normalizado la calidad del producto.

A los famosos expertos, encabezados por un ex político radical español, diputado del grupo chavista de Podemos, los desmarcó el propio Coordinador ONU en Uruguay y la Organización Panamericana de la Salud. Pero durante un rato hicieron daño y alguna cicatriz siempre queda.

En el capítulo de lo peor está también, con número destacado, el sindicato de OSE, explotando bombas de humo en la sede de la empresa y declarando medidas de conflicto en la actividad general del organismo, como si no fuera el momento de mayor exigencia del servicio a la población. Eso no importa. La dificultad se toma como oportunidad para exigir, para chantajear. Tristísimo.

Como siempre entonces, lo peor y lo mejor afloran ante el desafío mayor. Lo que importa es que cuando esta crisis pase, que ya está pasando, la memoria pública guarde el recuerdo de quienes la ayudaron y de quienes medraron con su penuria.