Caminos del tiempo: Fortaleza de Santa Teresa

HUELLA HISPÁNICA. Levantada entre 1763 y 1775 por los españoles entre la Laguna del Palmar y sus pantanos circundantes, y el mar por el Este, en la zona de La Angostura, La fortaleza de Santa Teresa fue una verdadera llave de paso de los territorios en disputa por los imperios lusitano y español a mediados del siglo XVIII.

Luego de la rendición de las fuerzas portuguesas que estaban empezando a atrincherarse en la Angostura, Don Pedro de Ceballos (1716-1778), Gobernador y más tarde Virrey del Río de la Plata, toma Santa Teresa en abril de 1763 e impulsa durante doce años la construcción de la fortaleza. 1451
Ésto ocurría durante el r einado de Carlos III, hermano y sucesor de Fernando VI, entre 1759 y 1788, período de reformas económicas, intelectuales y administrativas en las colonias españolas.
El proyecto que habían iniciado los lusitanos entre 1762 y 1763 en ese sitio consistía en un reducto de tierra y palo a pique y un único baluarte de piedra, luego utilizado por los españoles que replantearon la obra según un plano de Rodríguez Cardozo y el plano definitivo del Ing. Bartolomé Howell.
El nombre de Santa Teresa fue el elegido por Tomás de Osorio cuando bautiza la primitiva trinchera fortificada, y se refiere a aquella como “a gloriosa Santa que eu tomei como patrona e defensora desta Angostura”.
El pentágono original que conforma la fortaleza, tal como se aprecia en nuestros días, fue construido en piedra de sillería asentado en barro y cal, y resguarda una superficie aproximada a 15.000 metros cuadrados.
Los cinco baluartes con sus correspondientes garitas y cortinas fortificadas de cinco a once metros de altura y once metros de espesor máximo, donde se recortan las cuarenta almenas o troneras donde se colocaban los cañones para la defensa.
En la obra material trabajaron maestros pedreros, carpinteros, herreros, prisioneros, y varias compañías de indios pampas y guaraníes.
La piedra fue extraída del propio cerro y de los cercanos Cerro de Navarro, desde donde se transportó en las carretas del Rey y se izó con aparejos de doble polea.
La restauración, respetando el original de la obra hispánica, fue impulsada por el Presidente de la República Gral. Baldomir y realizada en la década de 1930 por Horacio Arredondo.
Señala Arredondo durante su obra que “las garitas de la fortaleza son verdaderas joyas de fina terminación y auritmia”.
Actualmente, los cinco baluartes -San Juan, San Martín, San Carlos, San Luis y San Clemente- sus cortinas y garitas, están cubiertas de líquenes que les confieren el particular color rojizo de sus muros, que van tomando diferentes matices a lo largo del día.
La puerta principal mira al Oeste, mientras que la actual poterna o puerta falsa o del socorro mira hacia el mar, y fue construida para trasiego de gente y caballada y para permitir, pasando por el foso de una trinchera, el acarreo de agua de la Laguna del Bajo, ya que la fortaleza no tenía pozo y carecía de agua potable.
Por otra parte, en el primer reducto, según Arredondo, la puerta mira al Este sobre el viejo camino real que luego de atravesar el antiguo poblado de Santa Teresa seguía por la Angostura entre la fortaleza y el mar.
En la parte más alta de una eminencia del terreno, a unos 500 metros hacia el Sur del fuerte hubo, hasta 1811, un pueblito colonial, donde se alojaban las familias de la guarnición, del cual prácticamente no quedan vestigios.
A pocos metros de la entrada principal apréciase restaurado, el camposanto.


CAMPOSANTO. Este camposanto ubicado a corta distancia de la muralla Oeste, se usó desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta más allá de la extinción de la fortaleza como tal, ya que continuó por largo tiempo en uso del vecindario.
Descansan allí personal de tropa, guarnición española del fuerte y de la zona, españoles, esclavos, indígenas y portugueses.
Pueden mencionarse así a Agustín Lipopisi y Félix Sayobí, dos caciques guaraníes de los pueblos misioneros de San Carlos y Chorpus, a Cecilia Maroñas, hija del español Francisco Maroñas, y la portuguesa María Espíndola, a uno de los hijos del Comandante Alagón, atacado por un puma en el Potrerillo, y tantos otros.
Al igual que la fortificación, el pequeño recinto fue obra de maestros pedreros, presidiarios, indios pampas y guaraníes.
Se señala como el primer sector que se restauró. Si bien su estado de conservación no era bueno, mantenía su trazado original y las piedras, aunque derrumbadas, estaban en su lugar.
Las pequeñas cruces de piedra son las originales, no así la gran cruz de piedra, que fue tallada por el maestro pedrero Juan Buzzalini que actuó en todo el proceso de restauración del fuerte.
Expresa Arredondo: “Yo rindo homenaje y me inclino reverente ante el recuerdo de esos pobres hombres muchos de los cuales duermen el sueño eterno en el humilde camposanto de la fortaleza, cuyas paredes fue lo primero en restaurarse sacrificándose en el Día de los Difuntos buena parte de las flores del parque, como excepción, pues el resto del año está prohibido cortar una flor”.

CONSTRUCCIONES INTERIORES. Éstas incluían el Cuerpo de Guardia, Cuarto de Bandera, mayoría, casa del Comandante, alojamiento de oficiales, cuarto del Capellán, cocina de Infantería y cocina de presos, cuerpo de Guardia de Artillería y fraguas, subterráneos, capilla, cuadra, corral para caballos de piquete, y polvorín.


CAPILLA. Detalle de la puerta de entrada principal de la Capilla. Herraje y boca llave
Se trata de una pieza de hierro forjado con curvas delicadamente trabajadas, fijada por ocho remaches a la gruesa puerta de dos hojas, de la Capilla de la Fortaleza de Santa Teresa. El conjunto remata con la corona real y una cruz con los extremos redondeados, lo que repite el diseño de las cruces que remataban los marcos de los reyes que en 1750 delimitaron los dominios de España y Portugal en la región.
Hay un cierto valor simbólico en este bocallave, acceso al núcleo espiritual del fuerte, por ser el lugar donde se registraban nacimientos, casamientos y muertes, sucesos que pautaron la vida de esa pequeña e itinerante población que allí se estableció a mediados del siglo XVIII. Este rasgo es por otra parte extensivo a la fortaleza misma, por su definido rol de puerta de acceso y llave de paso entre los territorios de los dos imperios en la zona de la Angostura.
Descripción del recinto. Las paredes de piedra de 85 cm. de espesor, techado a dos aguas con tejas sobre tejuelas y en la parte alta encajada en un hueco, una espadaña de campanario.
Los pisos de lozas de piedra (debajo de las cuales se encontraron algunos restos de enterramientos hechos en la propia capilla y en el dormitorio del capellán), baldosas españolas coloradas usuales en el pavimento hispano de la época. Cuatro bancos existentes en la capilla eran destinados a jefes y oficiales.
Tuvo 5,56 metros de frente y 26 de fondo. Su planta cubría 144 metros cuadrados con “una puerta principal de llave y picaporte de hierro” y otra de menor importancia construida en madera.
Durante la restauración se levantaron las paredes de piedra de sillería de 85 cm. de espesor, en tanto que la parte trasera estaba intacta, al igual que los cimientos, que en algunos casos estaban tallados sobre la roca viva.
Las cinco ventanas mantienen su tamaño y posición originales. El dintel y las chambranas de la puerta principal son también los originales. Si bien algunos herrajes faltantes fueron rigurosamente reproducidos durante la restauración, La capilla parece haber conservado los cerrojos y herrajes originales mencionados en el informe de Pérez del Puerto en 1797.
Ornamentos interiores. En el informe de 1770 se lee: “Al fondo de la capilla levántase un altar de dos cuerpos. En el principal había un sagrario con un copón y sus dos capillas, la una guarnecida con galón de oro y la otra con galón de plata usada; dos cortinas nuevas guarnecidas de melindre y franja de oro, dos corporales y una llave con su cinta. Al lado derecho del altar lucía una Santa Teresa y a la izquierda un San Vicente; ambas imágenes eran de madera.”
Al fondo la sacristía, en él guardados los libros de bautismos y de difuntos, múltiples ornamentos demás de Jesús Nazareno, una imagen de la Virgen de los Dolores con su vestido de tafetán negro, un molde de hacer hostias, una cepillo de las ánimas con candado y llave, etc.
Previamente a la existencia de la capilla, cuando recién “se colocó la piedra fundamental, el 4 de diciembre de 1762, día de Santa Bárbara patrona de los artilleros, se cantó la misa al pie del alicarce, con todo el fausto militar, etc..”
Entre 1776 y 1811 se suceden 17 capellanes españoles, alternándose algunos capellanes portugueses hasta 1821.
Cuando la fortaleza permaneció abandonada, fue robada la pila bautismal de piedra y usada como comedero de animales en las inmediaciones.
Durante la restauración se encargaron a España piezas originales españolas del siglo XVIII, similares a diversos ornamentos faltantes, lo que permitió la sustitución.
La imagen de Santa Teresa tallada en madera y de pequeñas dimensiones sufrió múltiples peripecias; sobrevivió un incendio de la Capilla de Santa Teresa en 1850, cuyo techo original de tejas había sido sustituido por paja por los vecinos. Así la imagen sin altar fue trasladada a Rocha en 1858 por el maestro albañil Francisco Peyre.
En 1865 se salva milagrosamente de otro incendio en la vieja Capilla de Rocha, donde se asegura estuvo hasta 1923.


NOTA EXISTENTE EN LA COCINA DE SANTA TERESA
La antigua cocina de la fortaleza estuvo integrada por dos habitaciones unidas a la cocina de la tropa y cocina de los presos, sin comunicación interior.
Construida en piedra y adosada al espaldón correspondiente a la cortina del Sudoeste y a la derecha de la puerta de socorro.
Conserva la cocina primitiva con sus alacenas, campana típica y su pileta de piedra monolítica.
Sobre una de sus paredes puede leerse la siguiente trascripción de una receta de la época colonial.
“Noticias de lo que debe constar en una ración completa diariamente en la plaza”
Diez y ocho onzas de bizcocho o galleta o veinte panes de pan fresco.
Seis y séptimo onzas de tocino u ocho de carne salada, y si hubiere carne fresca, será tres onzas de ésta y dos de tocino.
Dos onzas de menestra de arroz o garbanzo, y si de habas, chícharos u otras legumbres, tres onzas en lugar de aquéllas.
Un cuartillo de vino.
Veinte y cuatro onzas de leña.
Un celemín de sal cada mil raciones.
Una azumbre de agua.

Esta receta agrega un elemento más al patrimonio histórico y cultural de Santa Teresa e ilustra sobre la vida cotidiana en el interior de la fortaleza durante la época colonial
Están allí cuidadosamente indicados los ingredientes primarios básicos y los alternativos, para elaborar una ración completa.
Las cantidades indicadas para cada uno están expresadas en antiguas medidas, la mayoría de las cuales han caído en desuso.
Con fines ilustrativos se aclaran algunas expresiones y equivalencias de las medidas indicadas.
Cuartilla/o. Cuarta parte de un fanega, o de una arroba; cuarta parte de un pliego de papel.
Arroba. Equivale a 25 libras de peso y aproximadamente 11 y 1/2 kilos.
Fanega. Medida de capacidad para áridos, que tiene 12 celemines y equivale a unos 55 litros.
Celemín. Medida de capacidad para áridos, que tiene cuatro cuartillos y equivale a 4,625 litros.
Onza. Corresponde a 1/16ava parte del peso de la lira castellana.
Onza de oro. Moneda de oro española que valía ochenta pesetas.
Menestra. Guisado de hortalizas y carne o jamón. Legumbre seca. Ración de legumbre seca que se daba en algunos establecimientos.
Azumbre. Medida de líquidos, octava parte de una arroba, equivalente a 2,160 litros.
Si bien en la época no se disponía de frutas y verduras frescas, el resto no dista demasiado de lo que hoy día consideramos una dieta equilibrada: harinas, carnes, grasas y legumbres variadas.
Tampoco la leña abundaba en Santa Teresa, por lo que está establecido con mucha sensatez, lo que se requería en cada comida de la tropa.

COLABORACIÓN: Marlene Yacobazzo y MÉLIDA GONZÁLEZ SENA

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